(Por Christian Skrilec)
El deseo del núcleo duro y del votante kirchnerista promedio, pero también de los que habitan la política con intereses pragmáticos, es uno sólo, que Cristina sea la candidata a presidente. Ese deseo puede tener múltiples y disimiles motores, pero un denominador común inapelable, Cristina Fernández de Kirchner es la mejor candidata del espacio.
Pero como todos saben, Cristina se bajó. En una carta publicada días atrás reafirmaba su voluntad de “no presentarse” a ninguna candidatura, para luego, en una entrevista televisiva, reclamar la “interpretación de texto” necesaria para entender que la decisión estaba tomada y es definitiva. Interesante, porque si hay algo que dejó en claro esa entrevista, es que Cristina es la mejor candidata del oficialismo superando por varios cuerpos a cualquiera de las opciones. Esa imagen sumada a la puesta en escena del acto del 25 de mayo también contradice al texto que debemos interpretar.
Repito, el votante y dirigente promedio del oficialismo sabe que la mejor candidata es Cristina, y obviamente, Cristina sabe que la mejor candidata es Cristina. Las razones para su deflexión de la lógica política sólo están en su intimidad. El fantasma de la posible proscripción no es argumento suficiente, ni siquiera esta Corte Suprema se animaría a confirmar un fallo que la inhabilite si la expresidenta tuviera chances reales de volver a presidir la argentina.
Entonces, Cristina no será candidata y el deseo se transforma en decepción. Quizás la palabra sea demasiado fuete y podría resumirse prosaicamente en confusión y preocupación. No obstante y para no redundar en calificaciones, hay que concordar en que la situación del oficialismo es frustrante.
Cristina es indubitablemente la máxima referente de un espacio político cuyo gobierno ha fracasado. Todos, o prácticamente todos los que estaban sobre el escenario montado por la celebración de los 20 años de la llegada del kirchnerismo al poder, son parte del actual gobierno. Las razones del fracaso podrán explicarse o relativizarse, morigerando o agudizando ese fracaso, pero nunca negándolo.
En este marco, Cristina, como máxima referente y conductora natural del oficialismo, debe bendecir a un candidato. El problema es que esto ya lo hizo hace cuatro años y el bendecido fue Alberto Fernández. Ese error, que la mayoría del kirchnerismo califica como tal, no puede repetirse. La nueva bendición no puede caer sobre los hombros de alguien que no tenga un ADN K comprobado e inextinguible.
En este esquema las opciones se reducen drásticamente, o es Axel Kicillof o es Wado de Pedro. En estas horas todo parece indicar que Axel logrará su objetivo de ir por la reelección en la Provincia de Buenos Aires, entonces queda Wado.
De no ser Wado de Pedro el candidato bendecido por Cristina, el votante promedio del kirchnerismo (tal vez no los dirigentes), estará decepcionado. En este contexto, el del fracaso, el oficialismo no puede darse el lujo de decepcionar o desmotivar a la militancia.
Naturalmente, a una formula Wado Presidente – Axel Gobernador, le sobra lealtad e identificación, pero también es una fórmula reactiva, tanto en la faz interna como de cara a los independientes, y mucho más si la dejamos de ver con los ojos del conurbano.
Las alternativas de Sergio Massa o Daniel Scioli, el esquema de internas o definición de las listas, las necesidades de intendentes del conurbano y gobernadores del interior, todo sigue, pese a las apariciones de Cristina, en un preocupante marco de incertidumbre.
Mientras tanto, el calendario
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