(Por Christian Skrilec)
La quieren rebajar, la quieren someter. La condena no alcanza. La quieren ver esposada, temblorosa, con la cara desencajada y escoltada por gendarmes y policías. Fantasean con una filmación de Cristina mientras le toman las huellas dactilares, o una foto de su cuerpo tras las rejas. Necesitan pornografía, la quieren humillar, porque quedó claro que con la condena no alcanza.
El goce que les proporcionó la Corte Suprema fue efímero. Cristina en el balcón de su casa, saludando a los que se convocan a su puerta, bailando al ritmo de los cánticos, las palmas y los bombos, les arruina la satisfacción morbosa de un placer oscuro, les quita el goce.
Le dicen, amparados en el fallo: chorra, corrupta, rea, condenada, ladrona. Lo repiten para recuperar el goce que les quita la sonrisa de Cristina, los militantes marchando, el bocinazo del taxista, la reorganización del peronismo, la solidaridad de espacios estudiantiles. Necesitan humillarla. Una conductora televisiva conoció el clímax cuando se confirmó la condena, al día siguiente lo había perdido al igual que la compostura.
No está saliendo como esperaban. José Luis Espert insultó a Florencia Kirchner en una charla en la Universidad Católica. Nadie puede sospechar que la sede de esa universidad en Puerto Madero es un “nido de kukas”, pero al parecer si es un lugar donde a veces se convocan un puñado de personas sensatas que reaccionan ante la violencia de un insulto desmedido e innecesario. La condena no alcanza, el impedimento de volver a ser candidata a cualquier cargo, de proscribirla, no alcanza, los liderazgos no proscriben.
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Si la condena a Cristina es justa, no es bueno para el país. Porque condena sólo a una parte de los desaciertos del pasado, criminalizando en la cabeza de Cristina a un sector político con el que las mayorías populares se identifican, mientras que las arquitectos de acciones delictuales como los endeudamientos, la fuga de divisas, los desfalcos al estado, la corrupción financiera, la destrucción del tejido productivo y social de la nación, siguen dando entrevistas como personas honestas.
Del mismo modo, si la condena a Cristina es injusta, también es malo para el país. Porque condiciona el futuro de la política, ahonda las diferencias y las rupturas, alisa el terreno para la siembra de futuras injusticias y aleja a las mayorías de la opción democrática.
Descalifican, agreden. Lastiman a mucha gente que piensa que durante el gobierno de Cristina vivió mejor y se lo agradece. Prejuzgan a los que se amontonan a las puertas de su departamento. De pronto un micrófono queda en boca de un joven que va por sus propios medios, que no es “un ñoqui despedido del estado”, ni “un militante de la UTEP”, ni un “camporista fanático” o un “peronista al que le quitaron la educación”, es alguien que salió de trabajar a pocas cuadras del lugar y considera que gracias al kirchnerismo “pude tener un título terciario, conseguir un trabajo y mudarme”. Un caso, “bueno, este pibe es una excepción”, dice el conductor y cambia de tema, omitiendo que la realidad no es unívoca ni lineal como prefieren pensar.
Es probable que no haya peor mal engendrado por el peronismo que el anti-peronismo.
El último argumento que toma forma en el universo mediático para minimizar el apoyo a la expresidenta, afirma que “a las mayorías no le importa lo que pasa con Cristina”. Argumento que es un arma de doble filo para todos, para los que proclaman su inocencia y para los que necesitan de la condena y la humillación. Lo cierto es que por la participación electoral de las recientes elecciones, que apenas superan el cincuenta por ciento, sumado a las encuestas que acumulan guarismos negativos para la política y las instituciones, ese desinterés es un combustible peligroso para las frustraciones por venir.
Los responsables de este tiempo, sea cual fuera el poder que ejerzan, los dueños de este circo, deberían evaluarlo.
Gracias por leer.