Hace unas horas gatillaron un arma de fuego a centímetros de la cabeza de la vicepresidenta Cristina Kirchner. El nefasto intento de magnicidio es un hecho conmocionarte y pudo convertirse en una tragedia de proporciones inimaginables. Hay que cuidar a Cristina, hay que frenar la violencia.
Tenemos que cambiar la matriz actual de la política argentina, la crispación, los discursos de odio. La ruptura social-política está erosionando el sistema democrático. Las explicaciones tienen valor relativo, gatillaron a centímetros de la cabeza de Cristina y esto debe ser un límite indiscutible.
Si el ciudadano argentino de origen brasileño es un violento, un sicario o un enfermo. Si el arma tenía una bala en la recámara, estaba apta para disparar o si al perpetrador se le acalambró la mano. Si la custodia fue ineficiente o es incapaz, no importa. Gatillaron a centímetros de la cabeza de Cristina y fue un intento de asesinato a la vicepresidenta de la Nación. El azar, Dios o el destino, evitaron la tragedia.
No nos equivoquemos por nuestro presente, la Argentina tiene antecedentes de violencia política que atraviesan toda su historia, desde el caudillaje criminal a la década infame, desde las proscripciones hasta la represión, desde el terrorismo de estado hasta los estallidos del 2001. Basta, hay que frenar la violencia, el atentado vandálico de anoche es inapelable como señal y sus derivaciones pudieron tener consecuencias tan lamentables como inimaginables durante años.
Los discursos oficialistas y los mensajes opositores, las manifestaciones y los repudios, los medios de comunicación y las redes sociales, van a dar contexto a un humor social volátil y crispado que se alterará en lo inmediato. Tenemos la obligación de frenar la violencia.
Hay que cuidar a Cristina, establecer responsabilidades: sociales, políticas, conceptuales y formales. Hay que cuidar a Cristina, no sólo por su liderazgo, su responsabilidad institucional y su humanidad, sino también porque es una forma de cuidar la forma pacífica en la que la abrumadora mayoría decidimos vivir.
(Por Christian Skrilec)