(Por Christian Skrilec)
Es imposible saber si la selección Argentina pega la vuelta en cualquier momento o si da la vuelta olímpica, mientras juegue, hay esperanza. El cronómetro del mundial parece marcar los tiempos preelectorales, durante las vacaciones de invierno Cambiemos se pondrá en marcha y en agosto empezará la campaña. Podrán negarlo, esconderlo o disimularlo, pero el oficialismo admite en el off de record que no se puede perder tiempo. Por su parte, el peronismo en cualquiera de sus versiones, sigue siendo la gran incógnita.
Ni las operaciones mediáticas antisindicales ni las declaraciones detractoras del gobierno pueden negar que el paro general del 25 de junio tuvo su impacto. La imagen de los sindicalistas es pésima, los métodos de la izquierda cuestionables, la inexistencia del transporte una condición determinante para la adhesión, pero la realidad económica es, pese a todo, una motivación inapelable para la protesta.
La devaluación de más de un 60 por ciento en lo que va del año, la caída en el consumo, la merma en el poder adquisitivo, la pérdida de puestos laborales, y la inestabilidad financiera, son realidades objetivas que se pueden medir y observar sin apelaciones. Por eso el gobierno necesita vender el mayor activo que le queda: el futuro. Y la venta de futuro tiene una exacta sintonía con la campaña electoral.
Entusiasmar a la mayoría de la sociedad es el desafío, se terminaron los números de las encuestas donde la consultados admitían que no estaban bien con las políticas del gobierno pero estaban confiados que en el futuro les iba a ir mejor. La expectativa positiva se derrumbó, y hasta los animadores del gobierno admiten que el próximo trimestre será difícil.
Este marco no parece propicio para proponer reelecciones y candidatos, pero a Cambiemos no le queda otra. El apoyo internacional, la todavía buena imagen de la gobernadora María Eugenia Vidal y la esperanza de un repunte económico para fin de año, parecen poca cosa, sino fuera por las limitaciones opositoras.
Y como siempre, cuando hablamos de oposición nos referimos al peronismo, que logrando esa unidad que parece impracticable no tendría mayores inconvenientes en volver al poder en las próximas elecciones, más cuando su alternativa representada en Cambiemos quedará muy lejos de lograr sus objetivos. Pero la unidad sigue estando en el terreno de lo escasamente probable.
Todos hablan con todos. Es cierto. Sergio Massa y Florencio Randazzo tratan de cohesionar intereses. Martín Insaurralde resucita el grupo Esmeralda y amaga con la candidatura a gobernador. Una parte de lo que alguna vez fue el grupo Fénix insiste con la candidatura de Verónica Magario en la Provincia. El “cristinismo” se pone el sello de “Hay 2019” pero igual que los intendentes del conurbano no quieren saber nada con el kirchnerismo duro. La Cámpora se sigue cerrando sobre sí misma y en su interior hablan de Unidad Ciudadana más que de peronismo. Hasta el propio Eduardo Duhalde sacó a muchos de sus viejos soldados del retiro con la esperanza de posicionarse. Felipe Solá se muestra públicamente como posible candidato presidencial de la unidad, Julián Domínguez hace lo propio en las sombras para volver a intentar la gobernación. Repito, todos hablan con todos, y el común denominador es el espanto de quedarse cuatro años más afuera, de ahí a que consigan un acuerdo que seduzca a la mayoría, hay un mundo.
Esta es la paradoja política que hay que atender cuando deje de rodar la pelota: Cambiemos dispuesto a iniciar la campaña en una realidad adversa y negativa, y un peronismo con un campo fértil para el retorno pero que no puede unir sus propios pedazos.
En el medio estamos nosotros, entregados a los aciertos y los errores de la política, esperando que se tomen las decisiones correctas para resolver situaciones que hacen que la vida cotidiana sea un desafío permanente.
Gracias por leer.
*Publicado en la edición Nro. 893 del semanario “El Suburbano”.