(Por Christian Skrilec)
“Los días más felices fueron, son y serán peronistas” y otras variables de la misma frase fueron utilizadas en el lenguaje popular, cancioneros políticos y campañas electorales. Existía una memoria popular, construida a fuerza de hechos y relatos que refería al inconsciente a un tiempo mejor administrado por el peronismo.
Esto tiene un sustento que podemos repasar de manera imprecisa pero eficaz. La interrupción es una de las claves.
Son reconocidos los éxitos del primer gobierno de Perón y los precedentes también exitosos del General obtenidos desde la Secretaria de Trabajo y Previsión. En el segundo gobierno de Perón las luces de su primer mandato se fueron apagando y se multiplicaron los conflictos, pero Perón no cayó por su propio peso y tal vez no hubiera caído si la mal llamada “revolución libertadora” no hubiese exhibido su voluntad bombardera y “fusiladora”. La consecuente proscripción y la persecución material e ideológica, construyeron una memoria peronista, mal que le pese a muchos, que beneficiaba a las mayorías.
Los resultados electorales del retorno del peronismo en los 70 evidencian esa memoria. Es más, los que descalifican ese período Cámpora-Perón-Isabel de manera simplista, suelen omitir contextos. En ese breve período pasaron José Ber Gelbard (“Plan 0”) y Celestino Rodrigo (‘rodrigazo”), exhibiendo con una transparencia prístina la inseparable relación entre situación política y económica. Obviamente que el gobierno de Isabel comenzó a desbarrancar en todo sentido y la violencia política era un condimento que le daba a una situación desesperante una expectativa ruinosa. Pero esa realidad no decantó con la naturaleza, por más que fuera dolorosa, de la democracia. La interrupción del gobierno peronista por el golpe de estado y probablemente por el período más funesto de la historia, enjuagó las culpas de un período peronista harto cuestionable.
Después de la dictadura espantosa y un gobierno radical cuyos méritos nunca alcanzaron a la economía, el peronismo volvió a ser la opción. El “menemismo” fue una bisagra en el movimiento peronista y sigue siendo un período riquísimo para el análisis histórico. Aquí solo consignaremos que la enorme mayoría del “peronismo era menemista”, incluso aquellos que años después lo denostaron. La mayoría del electorado era menemista, en las elecciones del año 95 Menem ganó con el cincuenta por ciento de los votos. El cambio y consecuente deterioro económico, social y cultural de los 90, mostraría su erosión al final del mandato de Menem, pero su salida del gobierno no fue traumática ni en una crisis terminal. Una precaria hemeroteca demuestra que la reescritura de la historia es permanente.
Si bien la memoria del “menemismo” escapa a la consigna del recuerdo de bienestar que producía el peronismo hasta entonces, el “kirchnerismo” la capitalizó como negatividad. El peronismo negó su pasado y el presente de entonces lo aceptó.
Porque después de Menem llegó De la Rúa y la incapacidad, la torpeza y el caos que provocaron lo que muchos consignan como la mayor crisis económica y social de la Argentina. Rupturista, un barajar y dar de nuevo se forjó en el 2001.
Así llegamos al “peronismo Kirchnerista” o al “kirchnerismo”. Y aquí la historia es reciente, que apela a la memoria del bienestar de las épocas del General (Según el ex intendente de Berazategui, Juan Patricio Mussi: “Néstor es nuestro Perón”) y a la negatividad “menemista” (Para el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi: “La década infame de los 90”).
Una particularidad que me interesa destacar en estas líneas es cómo se lo mira al “kirchnerismo” desde la historia, cómo se lo disecciona: Englobado en los últimos 20 años como una constante con accidentes (gobierno de Macri), como la continuidad de 12 años (2003-2015), como tres gobiernos diferentes (Néstor- Cristina primer mandato- Cristina segundo mandato), son el bosquejo original para su relectura.
No obstante, el asunto se complica con separaciones más precisas: un kirchnerismo duhaldista (2003-2005), otro kirchnerismo de Néstor hasta el deceso del ex presidente en el 2010 sucedido por un kirchnerismo Cristinista, un periodo kirchnerista hasta la denominada “crisis del campo” que luego se fanatiza, y así en múltiples combinaciones y diferentes mojones en los que puede separarse las fluctuaciones del gobierno K.
Eso sí, todos coinciden con más o con menos observaciones, que el último gobierno de Cristina es el más flojo del período. No en vano Cristina, durante su último mandato pivoteaba discursivamente sobre los números del 2003 y no los desde el 2007 o los del 2011. Tal vez por ello que la división del periodo post-alianza hasta la llegada de Macri puede dividirse justificadamente en recuperación, desarrollo y decadencia.
Pero como es habitual en este recorrido, después de Cristina vino Macri, y luego de vender futuro durante dos años complejos, futuro que la gente compró generando expectativas positivas que superaban el 70 por ciento en cualquier encuesta, sobrevinieron dos años de gestión nefasta (2018-2019), comparables con lo peor de cualquier época. Otro mojón historicista marca el inicio de la crisis actual en marzo del 2018.
Entonces volvieron “para ser mejores”. No sucedió. Estamos atravesando el peor gobierno peronista de la historia se mida como se mida. Y para colmo, por más que el kirchnerismo lo intente, no puede despegarse de este fracaso. Los condicionantes como la pandemia, la guerra de Ucrania y el endeudamiento “macrista”, no alcanzan para justificar la pérdida del “bienestar general”, o al menos, el de las mayorías. Pero esta línea temporal, también exhibe algo más grave aún para el peronismo, el extravío de la memoria del bienestar.
La mitad de la población Argentina tiene menos de 30 años, dentro de este grupo etario, la inmensa mayoría votó por primera vez en el 2011, al tiempo que se hacía cargo de las responsabilidades y circunstancias que implican la mayoría de edad. Su tiempo es el tiempo de la crisis. Son los más de diez años con una generación de empleo inexistente, sin crecimiento, sin inversiones, con la educación en caída libre y la falta de oportunidades como hecho inapelable. La movilidad social de la última década es descendente.
La inmediatez electoral, el abuso de la grieta política, la inflación y la inseguridad, la crisis económica y social obligan al futuro a que se vuelva inmediato y urgente. Somos cortoplacistas por naturaleza. Pero para aquellos peronistas-kirchneristas que perciben una derrota inevitable y sueñan con la resurrección en los años venideros, deben pensarlo detenidamente, ¿a qué memoria apelarán durante los próximos años y cómo se construirá el recuerdo de este tiempo?
Gracias por leer.
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