(Por Christian Skrilec)
El fútbol es el fenómeno cultural más trascendente de la Argentina. Los objetores o negadores de esta idea ayer bajaron sus banderas, tacharon sus objeciones y aceptaron esa realidad.
Las multitudes que inundaron las calles del país minutos después del triunfo de la selección, convierten los festejos en la mayor movilización popular de nuestra historia. Fueron al menos 8 horas de una marea humana que salió de sus casas para decir presente en un hecho que los convocaba y unía.
Porque no solo fueron las manifestaciones del Obelisco en la Ciudad de Buenos Aires o el Monumento a la Bandera en Rosario donde cientos de miles se apiñaron para gritar campeón, en todos los grandes centros urbanos de todas la provincias, en todos los pueblos del interior, en todas partes, hubo encuentro y hubo fiesta.
En el superpoblado conurbano, los encuentros eran de millares en las plazas principales, centenares en los barrios, y decenas en algún cruce de dos avenidas. Había que juntarse, saltar, sonreír y cantar. Bocinas, cornetas, bombos, redoblantes, vuvuzelas, fueron el ruido de la felicidad.
Tenemos derecho a esa felicidad y teníamos una insoportable necesidad de alegrarnos.
Todos sabemos que vivimos en un país roto. Con una realidad que te golpea por la economía, por la crisis social, la educación, la inseguridad, por la inequidad y el olvido. Nada de eso va arreglarse mañana, ni tampoco en el corto plazo. Tal vez sea por esto que nos dejamos arrebatar por ese sentimiento genuino de alegría que nos dio el fútbol, y es maravilloso que así sea.
Los jugadores y el cuerpo técnico lo saben, y no se cansaron de repetir que además de la felicidad propia estaban también felices por “regalarle una alegría a nuestra gente”. Y esta alegría es transversal, es para todos, sin distinción política, religiosa, cultural, económica o social. En ese reparto de felicidad todos pueden tomar un pedazo y disfrutarlo como quieran.
Ahora esta felicidad se mensurará y analizará, tratará de ser aprovechada, sobre todo por aquellos que son incapaces de proveerla. Es parte de otro juego. En el juego de esta selección está el talento, el trabajo, el sacrificio, el tiempo, y por sobre todas las cosas, el esfuerzo y la resignación personal para que el conjunto salga adelante.
En medio de los festejos, saltando entre la gente, quizás sentiste lo mismo que yo, que podemos vivir un poco mejor, tratarnos un poco mejor, tener empatía y simpatía por el otro, e imaginar que otro país es posible, uno que no se siga rompiendo y que comience a repararse. La alegría es combustible para la esperanza.
Mientras tanto, como canta la Vela Puerca, vamos a “festejar para sobrevivir”.
Gracias por leer.