(Por Christian Skrilec)
Es imposible hacer pie para caminar hacia el futuro en un contexto tan negativo. La afirmación vale tanto para el oficialismo como para la oposición. La diferencia está en que el oficialismo gobierna y por lo tanto su responsabilidad se multiplica.
El oficialismo es el “kirchnerismo”. Un simple vistazo al acto de la semana pasada en La Plata exhibe en el lugar a la mayoría de los responsables de la gestión: vicepresidenta, gobernador, intendentes, ministros, funcionarios, legisladores, etcétera. El poder político del oficialismo, el kirchnerismo, estaba allí. Si la lapicera es de otro, si las decisiones de gestión son de otros, solo sucede porque los que se congregaron en el Estadio se la otorgaron.
La política siempre puede culpar a sus predecesores por la crisis (el “macrismo” sus desaciertos y la deuda), o refugiar sus explicaciones en un contexto adverso y sus consecuencias (la pandemia y la guerra en Ucrania). Respecto a las pesadas herencias, pierden peso con el correr de los meses, ya que la sociedad los elije justamente para alivianarlas. Los contratos electorales que cambian un gobierno siempre implican modificar la realidad.
La realidad empeoró y el kirchnerismo no puede quitarse la responsabilidad de encima. Ni la crítica, ni los intentos diferenciadores, ni los discursos rupturistas, alcanzan para despegarse de un Poder Ejecutivo que no puede dar respuestas ante las demandas económicas y sociales de una sociedad frustrada por una crisis, que con matices de momentos, lleva más de una década.
Así las cosas y pese a todo, Cristina.
Imposibilitado de encontrarle una orientación a la gestión que se emparente inequívocamente con su discurso, el kirchnerismo tiene que encontrar un sentido a su política, poner rumbo a un nuevo horizonte electoral y gubernamental, y el único mascarón de proa posible es la figura de Cristina.
No sólo porque es la máxima referente del espacio y la figura que mayor cantidad de voluntades puede sumar en una elección por su sola presencia, sino además, es la única que puede cargar con el fracaso de la actualidad y prometer un futuro venturoso. “El cambio somos nosotros”, dijo recientemente la Vicepresidenta.
Obviamente que la encerrona es definitiva. La opción de poner representantes, elegir herederos o reemplazantes quedó desmantelada después del experimento Alberto Fernández. Ni siquiera parecen viables las candidaturas presidenciales de Axel Kicillof o Wado de Pedro, que sin duda serían una polea de transmisión aceitada entre el pensamiento de Cristina y las acciones de gobierno.
Es más, difícilmente el “kirchnerismo” pueda tolerar otro nombre que no sea el de Cristina, por más bendiciones que la Vicepresidenta le brinde.
Nótese que digo “kirchnerismo” y no “peronismo”. Dentro de lo que ahora es el peronismo-kirchnerista, se multiplican los actores que sí podrían tolerar otro armado con una figura alternativa. En este grupo podríamos ubicar a gobernadores, intendentes y referentes políticos de un espacio, el peronismo, que siempre tiene como principal objetivo la permanencia en el poder.
Después de la experiencia electoral del 2019, el “kirchnerismo duro” prefiere la minoría intensa a que lo represente un candidato de pertenencia dudosa.
Tal vez, todo esto explique los actos, las movilizaciones, las banderas, la retórica y la emocionalidad en las tribunas. Para encontrarle sentido su política, el kirchnerismo no puede hacerlo en su propio gobierno, sino en la persona que lo configura y representa.
Gracias por leer.