(Por Christian Skrilec)
Las disputas, muchas de ellas insolubles, parecen haber quedado de lado. La peste rebrotó con fuerza y puede derrumbar el mejor y único argumento que esgrime el gobernador Kicillof para sostener su gestión de gobierno, que no es otro que la lucha contra la pandemia. El miedo se potencia en un año electoral impredecible, y no queda otra que resistir espalda contra espalda.
Todo puede cuestionarse: las medidas restrictivas actuales, la cuarentena exagerada, la presencialidad o la falta de clases, el deterioro económico o las ayudas sociales, la adquisición de vacunas, el plan de vacunación y todo lo que se nos ocurra. Pero lo que no se puede cuestionar, es lo que el gobernador Kicillof repitió en sus dos últimas conferencias de prensa y es el sustento político de lo actuado y de lo que vendrá: “no hubo un solo bonaerense que no recibiera la atención correspondiente cuando se contagió la enfermedad”. Detalle más palabra menos, esa frase es la clave de todo, que a su vez, es hija de la repetida expresión del gobierno bonaerense: “nuestra gestión es combatir a la pandemia”.
El gobierno nacional, pero fundamentalmente el de la provincia de Buenos Aires, no pude darse el lujo que uno sólo de sus ciudadanos agonice en un pasillo por falta de atención, sea por escasez de personal o de insumos. Todo el andamiaje de la política sanitaria, económica y social del oficialismo se sustenta en este hecho, el acceso al sistema de salud. Si ese acceso se interrumpe o sencillamente se cierra, porque la ola de contagiados por el Covid 19 supera todos los niveles de contención, todo el resto de las acciones perderán sustento simbólico y político. El temor a un derrumbe político en el ámbito bonaerense empieza a transitar el off de record del conurbano.
La recuperación económica soñada para este año se desdibuja con el paso de los meses, los índices de inflación y las restricciones sanitarias hacen imposible consolidar una sensación de mejoría en el mediano plazo. La vacunación mayoritaria pende de un hilo y la incertidumbre en la provisión de vacunas condiciona toda expectativa al respecto. Por lo tanto, el humor social empieza a mostrarse negativo hacia el gobierno. Los números que proyectan las encuestas son negativos para el oficialismo.
En este marco las disputas políticas desaparecen. Si la única manera de combatir al virus y sus innumerables consecuencias es frenar los contagios a través de restricciones cada vez más estrictas habrá que hacerlo. Los últimos anuncios del presidente Fernández fueron sostenidos de manera contundente por el gobernador Kicillof y un coro polifónico de intendentes del conurbano. El resto de los actores de la política prefiere jugar al distraído.
Una idea esencial que hay que entender. El volumen y la densidad política del Frente de Todos radica en el “kirchnerismo”, y a su vez, el volumen y la densidad política del “kirchnerismo” está en la provincia de Buenos Aires, más específicamente en el conurbano, donde vive un tercio de los habitantes del país.
El miedo no es sólo que fracase la política sanitaria por el colapso del sistema de salud, si no que ese fracaso arrastre a la gestión bonaerense a una mala elección. Mala elección que no se traduce necesariamente en una derrota, si no en un triunfo ajustado. Los intendentes saben que el arrastre condiciona, y si las elecciones nacional y seccional no son buenas, tampoco será buena en lo municipal. La disputa electoral es intermedia y los nombres que tuercen la voluntad municipal, como los de Mussi, Insaurralde o Ferraresi, no aparecerán en las boletas.
Digan lo que digan, el mayor temor de la política es el de perder el poder, y lo que hoy amenaza ese poder como ninguna otra cosa es la pandemia y sus consecuencias. El oficialismo provincial ya no tiene espacio para la especulación o el debate, necesita actuar en conjunto y de la mejor manera posible. Esta vez, la ventaja para todos nosotros, es que la manera que tienen de salvar su poder político es salvando a los bonaerenses.
Gracias por leer.