Por Jorge Marquez (politólogo y docente universitario)
Primera parte (adelanto de Crónicas Disparejas de Quilmes)
Si bien eran días muy tensos, es probable que aquella noche del 30 de diciembre del 2001, Eduardo Camaño no haya soñado que iba a tener que hacerse cargo de la presidencia.
El sonido del celular lo despertó a las seis de la mañana. Llamaba el senador Ramón Puerta.
Mientras lo escuchaba y se ubicaba en tiempo y espacio, repasó el estado de situación: el país se encontraba en llamas, conflicto social, una deuda de 100.000 millones de dólares, fuga de capitales y falta de liquidez en el marco de demandas populares insatisfechas.
El principio del fin había empezado antes, pero se cristalizó el 3 de diciembre cuando el ex ministro de economía Domingo Cavallo había impuesto una limitación a las extracciones bancarias: el corralito, hecho que terminó de aunar el repudio popular.
Aquel gobierno unió a la mayoría de los argentinos en las calles. Tiempos de cacerolazos y saqueos como consecuencia de decisiones económicas que habían expulsado a las mayorías, se acercaban las fiestas, no había trabajo y quienes disponían de ahorros solo podían contar con 250 pesos semanales.
Ante el violento rechazo social, el 19 el presidente De la Rúa declaró el estado de sitio, y el 20, ya sin poder, llamó a un imposible gobierno de unidad. A las 19.45, renunció, de puño y letra, dejando fotos de una realidad desoladora, sobrevoladas por un helicóptero urgente de huidas.
Pero en la calle no había metáforas.
Como resultado de la represión brutal, 30 manifestantes fueron asesinados, hubo centenares heridos y más de cuatro mil detenidos.
Con la dimisión de De la Rúa asumió la presidencia, quien ahora llamaba a Eduardo Camaño, Ramón Puerta presidente del senado, que había convocado a la Asamblea legislativa que eligió a Adolfo Rodríguez Saa como presidente el 23.
Con esa información se había ido a dormir.
Pero ahora, la situación era diferente.
No solo Rodríguez Saa, quién inicialmente se había enamorado de su posición, el 30, escaparía de Chapadmal, luego de una frustrada reunión con gobernadores, temeroso de un grupo de vecinos que se manifestaban, sino que Ramón Puerta que debía asumir otra vez, le contaba, desde un lugar indeterminado, que no lo iba a hacer.
“No estaba dispuesto”.
Camaño había sido elegido el 10 de diciembre como presidente de la Cámara de Diputados.
Era ahora quién seguía en la sucesión presidencial.
El timbre del portero de su departamento, ubicado en San Martín 640, de Quilmes, sonaba con insistencia, él se despabilaba.
Colgó y pensó en la actitud de Puerta, quién se sentiría aliviado en una lejanía desconocida.
Atendió el portero.
Eran periodistas, muchos. Ellos ya sabían lo que pasaba, el senador esfumado se había encargado de avisar que no estaría disponible para ponerle el cuerpo a la crisis.
Sin pensarlo, hizo subir a los periodistas, el futuro presidente estaba en remera y pantalón corto.
Ofreció la cocina de su departamento como prenda de acampe inmediato, la alacena se socializó como proveedora de un picnic espontáneo para los trabajadores de prensa, un desayuno compartido en una Argentina incierta.
Se duchó y vistió con traje y corbata, como acostumbraba hacerlo. Tenía que hacerse cargo. Si existía el destino, en ese momento,asumía forma de fierro candente, forjado por la historia de los últimos años.