Por Jorge Márquez
Los datos dicen que Raúl Alfonsín ganó las elecciones del 30 de octubre de 1983 por el 51,75%, que votaron 15 millones (el 87% del padrón) y que el peronismo perdió por primera vez.
Alta participación, alto entusiasmo, alta alegría.
Claro que los análisis pusieron el foco en la quema del cajón de Herminio Iglesia en el acto en el obelisco y en la poca emoción que despertó Ítalo Lúder, candidato a presidente, que a veces parecía no querer serlo. En una campaña en la que el radicalismo había llevado un candidato carismático, un gran orador que recitaba, como hallazgo discursivo, el preámbulo de la Constitución en el cierre de campaña.
Pero a 40 años en que volvimos a votar —más allá de que algunos lo hicimos por primera vez—, el recuerdo rescata haber vivido un tiempo que viró hacia lo mágico, desde la oscuridad más trágica.
Ya luego de la derrota de Malvinas se aceleraron los calendarios y el ambiente se volvió brillante. Un tono que tenía que ver con voces que arrancaban en las casas, universidades, escuelas, o en las esquinas después de pintar alguna pared.
En esos días, y luego de la tragedia, con pobreza, desempleo, represión y muertos renacíamos debajo de una montaña de cenizas con la Humor bajo el brazo.
Los militares se iban, dejaban secuelas siniestras, mientras se ocupaban de autoamnistiarse.
A ese 83 llegamos agarrados de manos invisibles y los susurros se hicieron gritos que inundaron los barrios. Cientos de miles de argentinos y argentinas volvían a protagonizar una película que se rodaba en nuevos lugares, donde íbamos con la revista Humor bajo el brazo y tocaban Virus, los abuelos, Charly y Sumo. La Negra Sosa, Serrat, León Gieco, Víctor Heredia y tantos otros.
Algo impensado ocurría: se retiraban quienes habían saqueado la patria, y ahora la democracia aparecía como el talismán sagrado que todo lo podría. No habría límites para aquel portal que se abría.
Sin dudas, y más allá de este recuerdo ingenuo, veo como las deudas constrastan con aquellos pronósticos. mientras me pregunto sí es posible que la “democracia” — que siempre es joven en los discursos del poder—, vuelva a enamorarnos.
Es pertinente e imprescindible indagarnos al respecto y profundizar la discusión política, atento a que hablo de amor y recuerdos, porque es sabido que la acechanza abunda de odios y olvidos.
Así como los veinteañeros de ese entonces nos enamoramos de las promesas de la Democracia, urgidos por que alguna vez acabara el horror de la Dictadura, es que hubo militantes de la vida, de los Derechos y de la Justicia Social que pusieron su pasión para enamorar y contagiar esperanza. Tarea que nos toca ahora a nosotros…