(Por Christian Skrilec)
Pasadas las elecciones primarias, los derrotados nacionales descubren con preocupación las dificultades de revertir la convicción de los votantes de La Libertad Avanza. Triunfo de por medio los «mileistas» (es una exageración llamarlos libertarios), se multiplicaron y aparecieron en cuerpo presente afirmando su voto en público y soltando sus argumentos en pequeños debates, sea entre amigos, familiares o militantes políticos.
Las argumentaciones se repiten de manera intransigente y poco tienen que ver con las propuestas del candidato elegido. Porque en general, una vez planteadas las objeciones sobre temas racionales o casi, como la dolarización o las diferentes reformas (educativa, laboral, económica, estatal); o temas irracionales como la venta de órganos o el comercio de bebés, el interpelado contesta con simpleza: “Pero eso no lo va poder hacer”.
Lo que en principio demuestra que el votante de Milei sabe, sospecha o intuye que Milei no contará con gobernadores e intendentes que lo apoyen, ni con diputados y senadores que aprueben sus proyectos de ley, y que posiblemente ni siquiera tenga funcionarios que le sean propios y le respondan inequívocamente.
¿Entonces por qué votar a alguien que no va poder hacer nada de lo que propone?
Porque no importa, “porque hay que terminar con esto”, “porque no da para más”, y fundamentalmente porque si se tiene que pudrir todo “que se pudra todo”, también encontramos en las respuestas la variable “que explote todo”.
Aquí aparecen dos cuestiones a observar. La primera justifica la argumentación “mileista”. Hace demasiado tiempo que la política no da respuestas al interés general en la mayoría de sus demandas, que suelen ser simples: una economía tolerable, cierto clima de seguridad personal, y servicios adecuados de educación y salud entre otros denominadores comunes.
Los últimos gobiernos fueron malos y a todos les cabe el sayo. La mitad de la población argentina tiene menos de treinta años. Lo que significa que durante el período de su mayoría de edad coincidió con devaluaciones, inflación, crecimiento económico imperceptible, creación de empleo insignificante, aumento de la tensión y la violencia social, una educación que se derrumba a niveles paupérrimos, etcétera.
Por supuesto, el desaguisado se produjo en mayor o menor grado, con más o menos atenuantes. Pero los números son los números y la narración de cada sector político que gobernó puede describir su propia realidad, que evidentemente, está lejos una enorme parte de la sociedad.
Entonces “que se pudra todo”. Pero aquí la segunda observación, ¿qué significa que todo se pudra, que todo explote? Nadie puede traducirlo con precisión. En una debacle generalizada solo resisten los que cuentan con los recursos para hacerlo y aquellos que no tienen nada que perder porque su vida ya es una debacle, pero el resto, las mayorías, sufren.
La desmemoria del pueblo argentino es digna de un estudio sociológico. Pareciera que hubiésemos perdido noción de la crisis del 2001, y ni que hablar de la inflación menemista o la hiperinflación de Alfonsín por citar las grandes crisis desde el retorno de la democracia. Cuando todo se pudre o explota, hay gente que lo pierde todo, dinero, propiedades, empresas, trabajo e incluso la vida.
También es cierto que la mayoría que milita y motoriza el voto a Milei no vivió en carne propia, esto es en mayoría de edad y con responsabilidades, lo que de alguna manera los exime de mensurar el impacto de “pudrirla”.
En fin, no se puede ser terminante, tal vez Javier Milei tenga una estabilidad emocional que no demuestra y una racionalidad política que nos sorprenda, y que paradójicamente, hoy no puede exhibir si pretende mantener los votos de aquellos a los que no les importa que se pudra todo.
Gracias por leer.
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