por Ezequiel González
Al subir las escaleras del paso bajo vías peatonal lo primero que se escucha es «hay churro y bolita». Un hombre ciego eleva el anuncio al cielo, además ofrece café. El puesto lo comparte con un joven y tienen cola a pesar de ser las 6 y 20. Campera y gorro por el frío, algunos bufanda, todos con barbijos. Quienes ya tienen su vasito se acovachan al calor del elixir vital para arrancar cada mañana, mientras chequean de costado la pantalla en el andén para saber cuántos minutos tienen antes de que llegue el próximo tren a Constitución.
El café está 70 pesos, 90 si lo querés grande. El vendedor cuenta que a principios de junio tuvo que aumentar el precio, es la tercera vez en el año que lo hace. Busca suavizar la situación: “Son 10 pesos nada más”, y aclara: «no podemos subir mucho, porque lo nuestro es vender en cantidad». Con una seña al bidon resalta que liquidan entre 15 y 20 litros por día.
En un año, el vasito vital de cada mañana sufrió un 100 por ciento de aumento. Pero no es lo único que aumenta en el viaje que miles hacen todos los días entre el Conurbano y la Ciudad de Buenos Aires.
El tren llega a la estación 6.34, está atrasado 4 minutos, viene desde Bosques repleto. A pesar de la enorme cantidad de gente que baja en Lanús no se vacía. Para entrar hay que empujar, entre los asientos no queda lugar, hay que apretarse en el espacio entre puertas, sin poder agarrarse de ningún lado, preso de los vaivenes del tren y solo sostenido por el compañero o compañera de turno.
La famosa “hora pico” del transporte público es sinónimo de apretujarse. Tan temprano a la mañana el tren lo comparten trabajadores (que van y vienen del laburo), estudiantes, algún trasnochado (especialmente los fines de semana) y aquellas personas que por alguna razón tuvieron el mal tino de madrugar y buscan sumar su chispa al calor humano de un vagón repleto.
Otro compañero de viaje son los vendedores. Mientras buscás acomodarte, entre el codo de alguien muy alto y la mochila de uno que no se la quiso sacar de la espalda, escuchás un grito seguido de un “permiso”, todo se corren para dejar pasar a un hombre que lleva una caja arrumbada casi a la altura del techo. Vende turrones. El índice turrones es otro a tener en cuenta en la inflación diaria del trabajador. Hoy están 5 por 150. Unos 30 pesos cada uno. Desde principio de año subió un 50 por ciento, muy por encima de lo que dice el INDEC (64,2 por ciento interanual para los alimentos, 4 puntos arriba de la inflación general). En diciembre comprabas 5 por 100.
El trayecto Lanús – Constitución es relativamente corto, con tres paradas intermedias (Gerli; Kosteki y Santillán; e Yrigoyen), son unos 20 minutos, pero da la posibilidad de aprovisionarse. Un segundo vendedor trae la medida de todas las cosas: un alfajor de chocolate. Vende dos Tofi por 100 pesos, lo que llama a pensar si al kiosquero no habría que cobrarle renta inesperada cuando quiere cobrarte más del doble.
Si no viajás entre los primeros vagones tenés que tomarte otros minutos para atravesar el andén al llegar al hall central de la estación terminal. El tumulto de gente arrasa todo a su paso, hay que acelerar para no quedar atrás o ser llevado por delante. Una pequeña cola impide la fluidez en el molinete pero al pasar nos queda la imponente Plaza Constitución: 115 años de antigüedad, 14 andenes, hogar del nunca bien manejado Tren Roca.
El viaje continúa, hay que salir y buscar un colectivo que para sobre Brasil, del lado de la plaza. Al llegar a la vereda ofrecen un sándwich de salame y queso. Es temprano, pero puede servir de almuerzo. Son 200 pesos, parece mucho, pero la pregunta retumba: ¿Qué compras con 200 pesos?. La respuesta es un sándwich.
El precio del pan aguantó, relativamente, el paso de los meses desde febrero/marzo, cuando pegó un salto, pero los embutidos no. Los sándwiches se venden todos, reponen al mediodía. Se hacen en otro lado y vienen ya embolsados, son los mismos que se distribuyen en otras estaciones. Si lo querés comprar en uno de los comercios dentro de Constitución te sale 280.
Cuando finalmente llega el colectivo hay cola. Es un problema, mientras más atrás quedes menos chances tenés de conseguir un asiendo. Cuando subís no hay, otra vez viajar parado y apretado, pero de alguna manera es distinto, el bondi no tiene el mismo calor y fraternidad que ofrece el tren.
Es el tercer viaje y gracias al sistema SUBE sale un tercio, pero a los boletos también se les viene un aumento. Anunciado hace unos días, el Gobierno llamará a audiencia pública para subir cerca de un 40 por ciento el valor de los pasajes del transporte público del AMBA. El mínimo pasará de 18 a 25,20. Son 136 líneas que todos los días cruzan de CABA a Provincia y viceversa. La medida afectará a 3 millones de personas que utilizan el servicio a diario.
La escalada inflacionaria parece costar mucho más que el 5,1 de mayo; más que el 30 por ciento acumulado de enero a mayo y bastante más que el 60,7 de los últimos doce meses, el nivel más alto en los últimos 30 años, según registró INDEC. Golpea en el corazón de la clase obrera. Los gastos cotidianos se disparan, con los alimentos como punta de lanza. La nueva suba del transporte público será una herida más a un bolsillo que no aguanta, cuando los salarios no acompañan el incremento de los precios. Así se multiplica una nueva especie de trabajador, el asalariado pobre, ese que labura más de ocho horas por día, pero su sueldo no llega a la canasta básica. Un viaje en tren, en un recorrido de 20 minutos, atestigua el calvario cotidiano.