(Por Christian Skrilec)
Frente al desconcierto general de la política, las inestabilidades internas del oficialismo y la oposición, el crecimiento de “los libertarios” y la conversión de la izquierda en parte del elenco político tradicional, es interesante recordar algunas ideas obvias de la política para, llegado el caso, interpretar lo que vendrá para el oficialismo. A saber:
“No hay futuro electoral para el Frente de Todos si Alberto Fernández en la Nación y Axel Kicillof en la Provincia no tienen alguna chance de reelección”. La afirmación está entre comillas porque se la escuché repetir hasta el hartazgo a integrantes del oficialismo durante meses, tanto a los detractores como a los aduladores del Presidente y el Gobernador.
El análisis parece correcto, si el Presidente no tiene ninguna posibilidad de reelección porque la gestión se empecina en el naufragio, ¿Por qué tendrían chances otros nombres bajo el mismo sello (Frente de Todos)?, más cuando todos son parte integrante del Gobierno. Como tampoco tendrían chances los mismos integrantes del Gobierno con otro sello, Unidad Ciudadana, digamos, ya que pese a las disputas internas y la permanente diferenciación que se intenta por comunicación propia o ayuda de voceros mediáticos, no podrán evitar ser parte del mismo colectivo que hoy gobierna y que inevitablemnte plesbicitará su gestión en las próximas elecciones.
La misma cantinela va para el Gobernador, y cuidado, no hay que confundir la situación de la Nación con la realpolitik bonaerense, ni la fortaleza del kirchnerismo-peronismo en el conurbano. Lo que se quiere decir es que si Axel Kicillof no tiene chances de reelegir en la Provincia, tampoco la tendrá su reemplazante. Lo mismo ocurre a partir de los nuevos tiempos políticos, con los intendentes de los grandes distritos de la Provincia.
Y aquí una aclaración importante, cuando se menciona “chances de reelección”, decimos capacidad de competir con alguna oportunidad de imponerse dadas determinadas condiciones. Si las condiciones sociales, económicas y políticas mejoran, las chances de reelección existen, lo que genera también la posibilidad que otro candidato sea el que garantice el triunfo. No es tan difícil de entender pese a una explicación tan sucinta.
“Es la economía estúpido”, la frase fue inmortalizada por el ex presidente norteamericano Bill Clinton, pero se aplica rigurosamente a la mayoría de las elecciones. La excepción es inmediata porque las denominadas “expectativas”, fundamentalmente económicas, también pesan. El ejemplo latente es la elección nacional del 2017, cuando después de dos años de rigor económico “macrista” (inflación galopante, aumento frenético de tarifas, cierre de Pymes y caída en el empleo), el oficialismo de entonces pintó el país de amarillo. La situación económica era mala, pero según cualquier encuesta de entonces, más del 70 por ciento de los argentinos tenía una “expectativa favorable” para el año siguiente, “creo que me va a ir mejor” o “creo que vamos a estar mejor” eran las respuestas habituales. Vale recordarlo, más del 70 por ciento se equivocó.
En la actualidad, la situación económica es muy mala para la mayoría, mientras que las expectativas son peores. Cualquier encuesta que se precie o menosprecie, encuentra en las respuestas la creencia que nos va a ir peor. Este escenario es un lastre indiscutible para el gobierno y lo experimentó en la elección pasada. Pese a los festejos, el peronismo-kirchnerismo sufrió la peor derrota de su historia en una elección en la Provincia de Buenos Aires (y yo que pensé que esa cucarda se la íbamos a dejar puesta por siempre a Aníbal Fernández), ya que no hubo sectores peronistas o pan-peronistas o filo-peronistas que se escindieran del Frente de Todos como sí ocurrió en derrotas preexistentes.
“Hay que proteger el territorio”, y no haría falta aclarar que la muletilla la repite cualquier dirigente bonaerense, y ni que hablar los intendentes del PJ. La boleta nacional, como ocurrió recientemente, no implicará arrastre sino lastre. La posibilidad del desdoblamiento de la elección provincial, las históricas estrategias de corte de boleta de los Barones del conurbano y tantas otras construcciones de la arquitectura electoral, pueden disminuir el lastre, pero no eliminarlo. La apuesta a la singularidad distrital es evidente e inminente, pero no todos los intendentes, y menos el Gobernador, tienen el caudal político necesario para aguantar la irresolución de la crisis, que a este paso, necesariamente se ahondará en los próximos meses si no se producen cambios que por ahora no están a la vista.
“¿Quién dijo que todo está perdido?” (Fito Paez), yo vengo a ofrecer una argumentación y es simple. Desde que “Juntos” se convenció que su retorno al poder era casi un hecho, la interna se potenció de una forma que deja al peronismo metido en un debate de colegio secundario. La disputa interna del PRO, sumada a la tradicional interna Radical, más la combinación de ambas, a la que se agrega las intenciones y ambiciones de la Coalición Cívica y los sectores del peronismo auto percibido como republicano, generan un cóctel intragable.
A ello hay que sumarle el factor libertario, encumbrado en la figura de Javier Milei, que indudablemente se comerá un pedazo de la torta opositora, nadie hoy día en su sano juicio puede aventurar cuál será el tamaño de esa porción.
El destino oficialista siempre depende de sí mismo con una mayor o menor atadura a la oposición, pero esta vez los nudos son más complejos. Si la oposición se ordena produce un escenario, pero si se desmiembra genera uno completamente distinto.
Todo lo antedicho son obviedades, pero inexplicablemente muchos se empeñan en omitirlas u olvidarlas, por eso hay que recordarlas si es que queremos pensar con algún grado de acierto lo que viene en el futuro.
Gracias por leer.