(Por Christian Skrilec)
El espíritu de la elección es pobre, el entusiasmo no excede a algunos sectores de la clase política, la apatía es mayoritaria y la indiferencia preocupante.
Decimos el espíritu si nos creemos filosóficos, el alma o el corazón si nos ponemos poéticos, o simplemente “la actitud” siendo prosaicos, cualquiera de esas palabras que usamos para calificar eso que no se puede comprar o medir con métodos racionales.
Puede culparse a la pandemia, a la crisis económica, al mal humor social, a la decepción con este gobierno o con el anterior gobierno o con los dos gobiernos. Faltan ganas, y las dudas sobre la participación tienen asidero.
Pero la elección es importante, no sólo para los que compiten por un cargo en una interna partidaria o por los pugnan por la posibilidad de participar en la elección general de noviembre, es importante para los votantes, o los ciudadanos, o los vecinos, o como queramos denominarnos. El resultado de esta elección trae consecuencias políticas, y las consecuencias políticas tienen impactos económicos y sociales.
El lector avezado en los rudimentos de la política entenderá que esas consecuencias no son definitivas, ya que la elección que concreta las bancas de legisladores nacionales y provinciales y de concejales municipales se juega en noviembre. Pero en este mientras tanto, en este par de meses entre la elección primaria y la general, las aguas pueden agitarse y este barco apenas flota.
Pocas veces los encuestadores, politólogos y analistas han estado tan medidos respecto a los pronósticos. La propia política ha tomado sus recaudos a la hora de anticipar resultados. No hay espíritu, no hay actitud, falta garra para jugársela. Pero hablando técnicamente, los consultores advierten que las encuestas son pobres y no reflejan con un margen de error aceptable la voluntad de los ciudadanos. Puede haber sorpresas, como también, la sorpresa puede ser que no ocurra nada sorprendente.
Lo que sí ha sorprendido es la campaña, por el vacío, la orfandad de ideas y hasta la pauperización publicitaria de los mensajes. Incluso se han observado rarezas a atender en el futuro: como que el sector que considera representar al pueblo y a las masas organice actos fríos y acartonados, con protagonistas rodeados de vallas, sin militantes y con dirigentes sentados como en el teatro, cuando apenas cuentan con una sola interprete a la que vale la pena sentarse a escuchar. Por el otro lado, se amontonan, agitan bombos y banderas dando discursos a voz en cuello, aquellos a los que supuestamente les cuesta ponerse en la piel de las mayorías y ser empáticos con la gente. El clima es raro, el alma, o mejor dicho, el corazón de la elección tiene arritmia.
Indefectiblemente la apatía trae incertidumbre. Nadie puede aproximar el número de gente que irá a votar, y mucho menos cual será la motivación de ese voto, ¿pesará más la emoción y la ideología, el presente o la memoria, la pandemia o la economía?
Todo quedará expuesto en horas, y sólo el conteo de los votos puede recuperar el espíritu de la elección.
Gracias por leer.