(Por Christian Skrilec)
Hay dos versiones sobre el futuro. Una es inmediata y se construye con los sucesos más visibles y con la velocidad que le imprime la comunicación cotidiana y masiva, esta versión muestra un futuro que se parece bastante al apocalipsis, a una tierra arrasada donde nada crecerá por mucho tiempo y por donde la oposición pasa el arado de sus intereses. La otra versión se dibuja a mediano plazo, se construye con más voluntad que hechos, su comunicación es débil y necesita de una energía que el gobierno hoy no demuestra. Entre las dos versiones del futuro, estamos nosotros, preguntándonos cuál de las versiones será cierta, la de la ruina indefectible o la del mañana optimista.
Hacia la ruina indefectible
Los voceros del apocalipsis montan un escenario ruinoso apoyado en un puñado de pilotes: El fracaso de la política sanitaria. La crisis económica en la combinación trágica de devaluación, inflación y desempleo. La crisis social con la pobreza creciente y los hechos de inseguridad. El vértigo oficialista para reformar la Justicia.
Esos pilotes o columnas parecen bastante sólidos. Si la pandemia continúa a este ritmo, cuando finalice octubre, la Argentina habrá llegado al millón de casos y estará entre los cinco o seis países con más contagios del planisferio. La cifra de fallecidos por el Covid 19 superará cómodamente los 25 mil y ni siquiera el conteo de muertos y contagios por millón de habitantes se verá favorable. La idea que la lucha contra la pandemia no fue eficaz, será sencilla de exponer.
Respecto a la economía, los números hablan por sí solos, el dólar real, el del billete que pasa de una mano a otra cuesta 150 pesos al día de la fecha, la devaluación es evidente. El pronóstico de inflación por arriba del 30 por ciento, el desempleo por encima del 15, la pobreza rondando el 50 por ciento. Números que se volverán más gravosos cuando se atribuyan a la periferia. Los hechos de inseguridad cuya violencia es repetida morbosamente y sin descanso por la pantalla, existen, y la política oficialista sólo aporta un rumbo confuso para combatirlos. Cierre de comercios y fábricas, fuga de empresas, exilio. Una combinación que acerca a los opositores a su metáfora favorita: “vamos a ser Venezuela”.
Y como si esto fuera poco, el intento de reformar el servicio de Justicia, con una fórmula que parece escrita por la mismísima oposición: tres jueces investigan y quieren juzgar a Cristina, el senado de Cristina los corre-destituye-saca del medio, Cristina no respeta la división de poderes, Cristina es enemiga de la república.
La dinámica de la política nacional se acelera como nunca, lo que en otros países pasa en años acá ocurre en apenas semanas. Cuando las huestes de Juntos por el Cambio se despidieron en diciembre, lo hicieron mascullando un retorno imposible en esta década. Hoy, Cambiemos o como se vaya denominar la fuerza opositora, ya tiene disputas internas por la integración de las listas del año próximo, y los más osados ya debaten como distribuirán el poder a partir del 2023.
Un mañana optimista
Hablan sigilosamente, quizás porque no cuenten con los altoparlantes mediáticos que dispone la oposición para elevar el tono. Pero dentro del oficialismo hay muchos convencidos que esto cambia, y cambia pronto, a principios del año que viene, en febrero, como mucho a fines de marzo. La creencia se sustenta en un puñado de hechos que pueden leerse de otra forma y concretarse antes de lo imaginado: Una visión positiva de la lucha contra la pandemia y su aceptación general. La recuperación económica y el regreso de la confianza. El cambio del humor social. La gestión de un estado que dé respuestas.
Pese a los números desalentadores, el gobierno cree que con el transcurso las semanas la pandemia disminuirá su impacto y podrá comunicar que se salvaron vidas, mil, diez mil, muchas vidas. La evidente mejora del sistema sanitario será una idea consistente e irrefutable con la llegada de la vacuna, que con la ayuda del gobierno se fabricará, distribuirá y aplicará eficazmente.
El rebote económico será un hecho. Cuando se llega al fondo se sale para arriba. El acuerdo con los acreedores externos fue exitoso pero se desdibujó rápidamente por las circunstancias, el futuro acuerdo con el FMI refrendará ambos y aplacará el desvarío macroeconómico. Convenios y medidas mediantes, se espera lograr la estabilidad cambiaria. La estabilidad impulsará la inversión, la reactivación y el consumo. “El año que viene va a haber plata”, repiten convencidos desde el oficialismo. Si hay plata hay obra pública, recomposición salarial para trabajadores privados y empleados públicos, asistencia social para los sectores vulnerables.
Dadas las condiciones, el cambio de humor social puede ser instantáneo. Una mejor comunicación con los voceros adecuados y el clima apropiado puede revertir las consignas opositoras y mostrar un panorama diferente. El gobierno cree que por más que el aparato mediático no lo ayude, la mayoría de la gente no puede obviar el efecto devastador de la pandemia en el mundo, ni la desastrosa herencia económica y social que dejaron los cuatro años de administración “macrista”.
Con la mejoría económica y la inversión en seguridad en el conurbano, donde se prevé la compra de patrulleros, la instalación de cámaras y el aumento de la cantidad de efectivos, es de imaginar una mejoría en la situación de inseguridad actual. La gente necesita sentir que el estado interviene para solucionar sus problemas, y el peronismo-kirchnerismo sabe cómo hacerlo, dicen.
Este escenario soñado y comentado en voz baja es lo que espera el oficialismo. Las internas se desvanecen, la oposición se diluye, y se inicia un camino político hacia la continuidad.
Conclusión
El año que viene está a la vuelta de la esquina. En febrero o marzo veremos con asombro cuál de estos futuros empieza a sintetizarse. Posiblemente no lleguen ni la ruina ni un optimismo eufórico. La esperanza cotidiana suele alimentarse con poco y conformarse con algo. Pero por ahora, como decía el Indio Solari, para nosotros, “el futuro ya llegó” y está lleno de incertidumbre.
Gracias por leer.