(Por Christian Skrilec)
Esta es la hora del Estado. El momento en el que hasta sus máximos detractores, aquellos que creen que un Estado pequeño y eficaz es suficiente, reclaman y declaman que el Estado actúe. Un acontecimiento como el Coronavirus exige que el Estado cumpla el rol para el cual fue concebido.
Para los que creemos en un Estado presente y no omnipresente, en un estado adecuadamente intervencionista y regulador, esta es una oportunidad para demostrar que sin la presencia, la intervención y la regulación del Estado, es imposible superar las adversidades que afectan a las mayorías.
Las medidas del gobierno de Alberto Fernández parecen las correctas, pero sólo pueden ser eficaces con la acción de los agentes estatales. El cumplimiento de las cuarentenas, el control de las aglomeraciones, el cierre de los locales de espectáculo y entretenimiento, y el seguimiento de los precios de productos de primera necesidad, entre otras medidas, sólo es posible a través de los controles que pueden ejercer los agentes estatales.
Ahora más que nunca, estos agentes, desde directores nacionales a simples empleados municipales, deben estar a disposición del ciudadano para cambiar de una vez por todas los prejuicios que los hostigan desde el mundo privado.
Las medidas nacionales tienen replicas provinciales y municipales prácticamente idénticas. Hacerlas cumplir será tarea de todos. Y pese a que la consideración general conjetura que la solidaridad y la responsabilidad personal son claves para el éxito, nuestra cultura individualista ya demostró que necesitamos del rigor del Estado para cumplirlas.
Los casos de decenas de alumnos que fueron enviados por sus padres a la escuela pese a haber llegado de destinos en emergencia sanitaria días antes del comienzo de clases, son una muestra de ello. Lo mismo ocurre con la jueza quilmeña que se mantuvo en funciones durante cinco días mientras convivía con los síntomas típicos del Coronavirus, y pese a que luego los estudios dieron negativos, su irresponsabilidad fue impropia de su magistratura. Ni que hablar del vecino de Vicente López, que amparado en la soberbia de clase, golpeó a un guardia de seguridad que le exigía cumplir con la cuarentena.
El Estado debe actuar, y demostrarles a todos aquellos que pregonan su disminución o eliminación de la mayoría de los ámbitos que nos son comunes, que esta crisis sería una fatalidad inconmensurable si su desempeño fuera limitado.
Por un minuto imaginemos depender exclusivamente del servicio médico privado, que jamás sale de sus clínicas. O de la sencillez de la ley de la oferta y la demanda sin controles, o de la libertad empresarial sin límites. Seleccionaríamos pacientes, los precios de los alimentos se volverían impagables, y ninguna actividad comercial cerraría sus puertas.
Por otra parte, el desapego a las normas y las leyes, la anomia, la insolidaridad y el individualismo conviven en el tejido social resquebrajado de la Argentina. Sólo el Estado y la política pueden reconstruirlo gobernando adecuadamente. La crisis provocada por el virus, puede transformarse en una oportunidad para iniciar un cambio urgente y necesario.
Gracias por leer.