(Por Christian Skrilec)
El descreimiento y la disconformidad que provocan los resultados del sistema democrático en la Argentina son similares a los del resto del mundo. En general, las personas desconfían de los políticos, que al fin de cuentas son los que dan vida a este sistema, que es esencialmente representativo. Suele decirse de la democracia que es el mejor de los sistemas posibles, lo que no significa que sea bueno.
Para nosotros, el derecho a votar también es una obligación, la participación electoral no es optativa. La indiferencia, la apatía o el escepticismo respecto a la política o el sistema democrático no son excusa suficiente para no ir a votar. Y mucho menos, para esquivar la “carga pública” que significa ser designado autoridad de mesa. Como en tantas otras cosas en el país, no hay sanciones, el que no concurre a votar o el que incumple con su designación de autoridad de mesa no recibe ningún castigo y al cabo de unos meses es indultado.
El problema de estos individuos, que producto del desencanto, la pereza, la desidia, o cualquier razón que pudieran esgrimir, no cumplen con sus obligaciones, es que no entienden que también están perdiendo sus derechos. ¿Con qué paradigma ético o moral un ciudadano levanta la voz para criticar el sistema o alguno de sus representantes si falta a sus obligaciones cuando fue su turno de cumplirlas?
El voto sigue siendo nuestra única arma de amedrentamiento a una clase política que ha demostrado no estar a la altura de los problemas que deben resolverse. Nuestro valor como ciudadanos está en el cuarto oscuro, y es un valor igualador, justo y soberano. Todos los votos se cuentan y todos valen lo mismo. El sufragio universal debe ser la única muestra de equidad permanente que ha dado el país en los últimos treinta y cinco años.
Si seguimos votando la clase política nos seguirá prestando atención, y cuanto menos votos cautivos tengan nuestro representantes mejor todavía. La falta de opciones a la que muchos de los escépticos del sistema aluden para negarse a votar, también puede exhibirse con el voto en blanco.
Hay que seguir votando para que la clase política se sienta incomoda y no tenga más remedio que hacer las reformas que el propio sistema requiere desde hace tiempo: forma de votación, sistema de representatividad, autonomías electorales y tantas otras cosas que los políticos prometen hasta que el mismo sistema al que someten a la observación y a la crítica los deposita en el poder.
El último ejemplo de ello es la actual gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, que llegó al poder con la firme vocación de cambiar el sistema electoral de la Provincia, pero el triunfo de las elecciones intermedias del 2017 y su consecuente ilusión de permanencia la convenció de lo contrario. Después, fue tarde, y ahora paga las consecuencias.
Lo positivo de este tiempo es que los dos principales candidatos a presidente, Mauricio Macri y Alberto Fernández, le están pidiendo a la ciudadanía que concurra a las urnas el próximo domingo. El primero porque considera que los apáticos y perezosos que no concurrieron a votar durante las PASO, tienen una tendencia favorable a acompañar al oficialismo. El segundo, como lo manifestara en una de sus recientes intervenciones públicas, “porque hay que llenar las urnas de votos para demostrarle a este gobierno todo lo que hizo mal”. Está claro que la política necesita del votante, y el votante debe aprovecharlo.
El formalismo de la teoría dice que hay dos argumentaciones inapelables para justificar el voto. Una es votar en defensa del interés propio, la otra, en defensa del interés común. Si ambos intereses se conjugan, el voto es ideal. Lo cierto es que la composición del voto tiene múltiples razones, y hoy día la emocionalidad se ha vuelto más importante que la racionalidad. La consecuencia de esto es un voto capaz de contrariar los propios intereses o los intereses comunes. La experiencia nos demuestra que somos propensos a caer en esta trampa.
No obstante, la clave no es a quién, ni por qué, ni siquiera los motivos que te llevan a votar. Lo que importa es que votes, que cumplas con tu obligación y que ejerzas tu derecho. Tomando la responsabilidad que ese voto, tendrá sus consecuencias.
Gracias por leer.
*Publicado en la edición Nro. 951 del semanario “El Suburbano”.