(Por Christian Skrilec)
Pueden ser los índices de pobreza, los que indican la deserción escolar, el desempleo, o simplemente la lluvia lo que exponga su fragilidad. El conurbano se ha vuelto un lugar duro, áspero para vivirlo, pero muy débil para resistir los avatares de la cotidianeidad nacional.
El conurbano puede observarse con diferentes criterios. Vale recordar que hace menos de 70 años, se consideraba como integrantes del conurbano a los 14 distritos que rodeaban a la capital, mientras que desde el 2005 se establece como conurbano bonaerense a 33 municipios que rodean a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, incluyendo a La Plata, Berisso y Ensenada. No obstante, se consigna naturalmente como conurbano a 24 distritos de la Provincia, en el que viven aproximadamente el 65 por ciento de los bonaerenses. Cuestiones de forma, no de fondo.
Porque el conurbano es más complejo que las leyes y las designaciones. Porque la diferencia entre los municipios que lo componen son importantes, y la de sus centros y sus periferias pueden ser abismales. Las crisis, la economía, la política, fueron fragmentando, partiendo y discriminando. No existe un abordaje único para problemas comunes, los gobiernos municipales no trabajan en conjunto, la Provincia no hace obras totalizadoras. A excepción de Vicente López, San Isidro y Tigre en la zona norte, y de Avellaneda en la zona sur, los municipios del conurbano carecen de recursos para enfrentar adecuadamente los problemas diarios.
Así las cosas, llueve, y las cámaras de los canales nacionales con sede en Palermo, en Constitución o en Villa Urquiza, se regodean en las calles tapadas por el agua, en barrios convertidos en chiqueros y en centros de evacuados desbordados. La Matanza, Esteban Echeverría y Quilmes son el epicentro de imágenes que pueden emparentarse con la desidia o el desgobierno, pero la realidad es que ninguno de esos municipios tiene recursos para llevar adelante las obras que se necesitan para combatir tan siquiera unas semanas de mal tiempo.
Pero cuando la lluvia cese y los evacuados vuelvan a sus hogares, la zona oeste del conurbano seguirá con el 36 por ciento de sus calles sin asfaltar, la zona sur con el 28 por ciento, y las zona norte con el 21 por ciento. Estos son los números de la gente, que parafraseando a la actual Gobernadora, se le siguen embarrando las zapatillas.
Es que salvo excepcionalidades, en el conurbano todos los números son peores, cuando en diciembre se conozca el índice de pobreza y posiblemente supere el 40 por ciento a nivel nacional, varios distritos del conurbano terminarán el año con más de la mitad de sus habitantes bajo la línea de pobreza y en algunos casos la indigencia llegará al 15 por ciento. No es especulación, es matemática.
Ejemplos similares se pueden dar con la educación, la salud y el desempleo. Cuando los comercios empezaron a bajar sus persianas, inflación y devaluación mediante, los centros de los distritos del conurbano fueron los que sufrieron mayores bajas. Todo es peor.
Sin embargo, pese a esta descripción trágica de la realidad, en estos días el conurbano se vuelve poderoso, porque esa enorme población, mayoritariamente sumergida en la crisis, tuerce el destino de la elección y generalmente la define. Los votos se siguen contando de a uno y todos valen lo mismo.
Lo que habría que preguntarse es porque la política no actúa consecuentemente y decide proteger a los votantes que le dan el poder. La primera explicación podría buscarse en la provincia de Buenos Aires, la madre del conurbano, que produce casi la mitad de la riqueza del país y apenas se lleva un cuarto de la coparticipación nacional.
Es difícil imaginar políticas superadoras, o un desarrollo sostenido cuando se está en medio de una crisis que todavía está lejos de terminarse. Pero es fácil adivinar lo que puede pasar en el futuro si no se empieza a trabajar en serio en reformas estructurales para recomponer el tejido social. No alcanza con algo de infraestructura publicitada hasta el hartazgo ni con asistencialismo demagógico. El arrastre de décadas de decadencia dejó al conurbano insoportablemente frágil, y si no se cambian los paradigmas para recuperarlo, va a terminar por romperse.
Gracias por leer.
*Publicado en la edición Nro. 950 del semanario “El Suburbano”