(Por Christian Skrilec)
Son políticos. No tienen por qué sentirse mal cuando mienten. Es parte del trabajo. Aristóteles en su “poética” afirmaba la idea retórica que para convencer, es preferible una mentira creíble que una verdad increíble. Los políticos son aristotélicos, y maquiavélicos, y maniqueos, y manipuladores, y todo lo que se te ocurra. Pedirle a un político que no mienta es lo mismo que pedirle a un ladrón que no robe o un mecánico que no repare. Es parte del oficio.
Este texto no pretende ofender a la clase política, es una simple descripción. Algunos son mentirosos consuetudinarios, otros son mentirosos metodológicos, otros mienten por necesidad y otros lo hacen de viciosos. La honestidad en política es un valor relativo, como la honestidad en la pareja, o en la amistad. En cualquier relación humana hay cosas que se omiten. El político también miente por omisión.
Por otra parte está la clientela del político, que venimos a ser nosotros, los votantes, los gobernados. Que ahora, en tiempos de la “posverdad”, que es una forma de la mentira, nos hemos convertido en negadores seriales. El valor de los hechos goza de un relativismo absoluto, y la gente en su inmensa mayoría busca la información y los argumentos que confirmen su manera de pensar. Esto fortalece la negación y consolida la mentira.
Expuesta la teoría vamos a la práctica. Un amigo me manifestaba su asombro ante la militancia “kirchnerista”, que niega sistemáticamente los hechos de corrupción de los gobiernos de Néstor y Cristina, “hay cuadernos, arrepentidos, bolsos, billetes, pruebas contundentes y no quieren aceptar que son corruptos”, me decía indignado. Mi respuesta, probablemente poco feliz, fue decirle que es muy difícil andar admitiendo a los gritos que tu mujer te engaña por más que todo el barrio la haya visto de la mano con el carnicero. Aceptar que el otro, ese en el que vos depositaste tu confianza no era lo que vos creías, es un desengaño difícil de sobrellevar.
Por otra parte, y lamentablemente para ellos, el adherente al “macrismo” no escapa a la negación. Así como el “kirchnerista” no puede admitir la fuerte impronta de corrupción en la administración K, el “macrista” no puede aceptar que esos profesionales probos, esos CEOs elegantes con doctorados en universidades del exterior, no estén preparados para gobernar con eficiencia. En su estrategia negadora hablan de “peronismo golpista”, “club del helicóptero”, “viento en contra internacional”, y la realidad, esa que demuestran los hechos que obcecadamente niegan, es que el gobierno es malo. No acierta y se equivoca no sólo en el manejo de la economía, sino en un sin número de políticas públicas. La ineficiencia del gobierno puede probarse y el “macrista” nos agitará su desinflado globo amarillo en la cara para negarlo, mientras asegura que al menos “no somos corruptos”. Omitiendo persistentemente la causa de los “aportantes truchos”, el obsceno conflicto de intereses de los funcionarios de primera línea, y las consecuentes operaciones financieras y económicas de cada caso. Amigos, la mujer de ustedes también se fue con el carnicero.
En fin, para cerrar esta editorial demasiado intimista en tiempos de vorágine, quiero confesar que muchas veces prefiero que me mientan, o mejor dicho, elijo creer que me están mintiendo. Cuando la ex presidenta Cristina Kirchner afirma desconocer cómo llegó José López a tener millones de dólares en bolsos, o cómo funcionaba el retorno de la obra pública, entiendo que me está mintiendo para preparar su defensa ante la Justicia. Cuando el actual presidente Mauricio Macri, se sentó ante la Asamblea Legislativa en marzo de este año y aseguró que “lo peor ya pasó”, que la pobreza va a disminuir, que la inflación va a bajar y que la economía va a crecer, entre otras afirmaciones por el estilo, comprendo que mentía para mantener la expectativa favorable de las mayorías.
Elijo la mentira porque yo también, como ustedes, soy un negador, porque si ninguno de los dos miente, ni Macri ni Cristina, la única verdad es que estamos gobernados por idiotas, y eventualmente mi mujer también este durmiendo con el carnicero.
Gracias por leer.
*Publicado en la edición Nro. 902 del semanario “El Suburbano”.