(Por Christian Skrilec)
La política habla de la gente. Sí, la gente. Según el diccionario la gente es un número indeterminado de personas, o un grupo de personas. Mucha gente, poca gente, toda la gente. La política le habla a la gente, hasta que (fundamentalmente el PRO) la volvió más amigable y rebautizó a la gente como vecino. La gente y el vecino, parecen lo mismo pero no lo son. Los vecinos, aparentemente, en un extraño juego de significantes, serían más importantes que la gente. El vecino de a pie o el vecino común, podrían estar en ese juego un escalón más abajo que el vecino, pero siempre por encima de la gente.
Ni a la gente ni a los vecinos la política los llama o denomina ciudadanos. Ser un ciudadano parecería ser otra cosa. Ciudadano huele a título nobiliario, a pertenencia. Ser ciudadano implicaría reclamar y ejercer los derechos que el estado normalmente no nos otorga. Pero también ser ciudadano implica cumplir con un montón de obligaciones que en general no tenemos ganas de asumir, en general, somos así. Preferimos ser vecinos, o simplemente gente.
La gente vota, y con este nuevo paradigma de campaña desideologizado, teatralizado y minimalista: “la gente es de carne y hueso”, o “la gente tiene hambre”, o “sabemos que hay un montón de gente que la está pasando mal’. A excepción de la izquierda, estas frases se pueden encontrar en cualquier discurso, sea opositor u oficialista. Es que en esta campaña de fórmulas publicitarias e imágenes perversas, todos se parecen. Todos están tristes por lo que le pasa “a la gente”.
Es interesante escuchar en boca de la política como “la gente sufre la inseguridad” y “soporta el ajuste del gobierno” mientras que “el vecino ve que se están haciendo obras que no se hicieron en los últimos cincuenta años”, y no importa que sea la misma persona a la que no le alcanza la guita pero disfruta de más presión de agua en la ducha de su baño. El límite entre la gente y el vecino a veces se vuelve demasiado sutil. “La gente nos eligió para gobernar”, “gobernamos para la gente” pero “gestionamos para el vecino”.
En las elecciones la gente vota, y las encuestas dicen más o menos que la gente en el conurbano bonaerense no está conforme con el gobierno de CAMBIEMOS en un 70 por ciento, pero que la misma gente ve con ojos positivos a la gobernadora Vidal (de CAMBIEMOS) en un 65 por ciento (¿?). Las encuestas también dicen que la gente, alrededor de un 35 por ciento, volverá a votar a Cristina Kirchner, que en un 30 por ciento votará a Esteban Bullrich, y que más o menos un 25 por ciento elegirá a Sergio Massa, casualmente el político que más utiliza la referencia a “la gente”.
Y cada uno de ellos le habla a la gente de cosas distintas. Unos hablan de “cambio, corrupción, herencia”, otros de “economía, desempleo”, y otros de “inseguridad”, como si la gente, o al menos un buen grupo de gente no pudiese combinar los factores. Ejemplo: hay gente que se angustia por la economía, sufre la inseguridad, teme al desempleo, está harta de la corrupción y quiere un cambio.¿Qué clase de gente es esta? Para ellos no hay un discurso claro.
“A la gente no le importan las PASO (Primarias Abiertas Simultaneas y Obligatorias) de agosto”, dicen. Pero si le importarían las elecciones de octubre. “Existe más de un tercio del electorado que define su voto en la semana previa a la elección”, dicen también, y presumo sólo de atrevido que es la misma gente a la que no le importa la elección de agosto y si le importaría la elección de octubre.
¿Por qué y por quién vota la gente? Nadie esclarece aún la composición del voto con claridad meridiana. Se hacen estudios cruzados, encuestas directas y complementarias, análisis, marketing, se utiliza la publicidad, las redes sociales, trabajos de campo sociológicos y psicológicos. Se dispone de un arsenal de consultoras, especialistas, recursos y no obstante no termina de ajustarse el resultado. “El comportamiento de la gente es manipulable y previsible” aseguran, pero los tiempos demuestran que cada vez es más difícil fidelizar el voto.
Mi vecino, que es parte de la gente, me preguntó cuándo y qué cosa se votaba. Le dije que en agosto, legisladores. “¿Y quién gana?” Cualquiera menos la gente.
Gracias por leer.
Publicado en la edición Nro. 853 del semanario “El Suburbano”.