(Por Christian Skrilec)
El oficialismo tiene poco tiempo, y ese sea quizás su principal problema político. Si bien la línea de llegada se dibuja en la lejanía de octubre o noviembre de 2023, parte de una distancia exponencialmente más compleja, que es la de un escenario crítico y sin caminos claros de resolución.
Los frentes de conflicto son múltiples, externos e internos, propios y ajenos. La incertidumbre sigue siendo la moneda de cambio de la política nacional y provincial.
Está demostrado que la principal variable de afectación política es la economía, y por ahí arrancamos. Si bien hay cifras que dibujan una recuperación de la industria y el comercio, que seguramente se verán potenciadas por el movimiento turístico de estas próximas semanas, el panorama económico es espeso.
El inminente pero siempre retrasado acuerdo con el FMI es condicionante. La inflación es imparable en las actuales condiciones, cualquier proyección alentadora no la pone por debajo del 40 por ciento para este año. La devaluación es una espada de Damocles que cuelga sobre la cabeza de la sociedad, sin fuegos de artificio, a fin de año el dólar blue trepó a 210 pesos, que sin dudas es un mercado marginal pero que condiciona a todos, si no, explíquenselo al parrillero ambulante que en su pizarra escribió “Choripán Dos Dólares” y entre paréntesis agregó “(Blu)”. En marzo se incrementan los valores de las tarifas, las obras sociales, las escuelas privadas, y sin lugar a dudes el valor de la polenta. La espiral del costo de vida no tiene freno en este esquema y el gobierno lo sabe. Como también sabe de una verdad irrefutable: cuanto más cara cuesta la vida peor es el humor de la sociedad.
En este marco, los números de la pobreza y la indigencia ascienden a cifras dolorosas. Los subsidios y las políticas asistencialistas ya no tienen efectos reparadores y se reducen a paliativos temporales.
Pero la crisis no es sólo económica, aunque tal vez la economía nacional sea la madre de todos los males. La inseguridad, las Pymes, la educación y el desempleo entre otros tópicos, dan señales de alarma y conflicto periódicamente.
A todo esto, y como un cielo que nunca termina de despejarse, está la pandemia, que determina invariablemente los avatares de la política. Un día antes de finalizar el 2021 se llegó al record de contagios desde la llegada del Covid 19.
No obstante, para el que podemos denominar oficialismo optimista, ya pasó lo peor y sólo queda mejorar. Las elecciones pasadas fueron un golpe, el gobierno dilapidó más de 5 millones de votos en sus dos primeros años de mandato. Perdió la elección en los grandes distritos electorales (Mendoza, Córdoba, Santa Fe y CABA) incluyendo la Provincia de Buenos Aires, donde la reducción de la desventaja sirvió para el festejo y para profundizar los cambios que se pedían a gritos, pero expone un panorama complejo.
No hay tiempo. Este año se deben tomar medidas superadoras, o que al menos den señales para un camino de salida a la crisis generalizada. Un reconocido político oficialista del conurbano expresó recientemente en una reunión de agrupación donde se despedía el 2021: “tenemos un año y medio, un año para acomodar y seis meses para que los resultados le lleguen a la gente, si no, no tenemos chances”.
Ese año clave empieza ahora, y si transcurre en indefiniciones e incertidumbre, en internas y discusiones fútiles, no habrá pandemia que justifique ni sociedad que aguante. Mientras unos cuantos ponen los pies en el agua o respiran el aire de la montaña, otros deberían ponerse manos a la obra, porque no les queda mucho tiempo para tomarse vacaciones.
Gracias por leer.