Por Jorge Marquez (Politólogo y docente universitario)
El bueno de Galeano decía que vivimos en una sociedad donde priorizamos los envases: el contrato del matrimonio importa más que el amor, los funerales más que los muertos, la ropa que los cuerpos y la misa más que Dios.
Aunque muchos no lo admitan, podríamos considerar que esta enunciación se hace presente y actualiza en forma de hipocresía cotidiana.
Así, el anacronismo gana nuestras formas de ver las cosas.
De esta manera, los cuestionamientos que podrían implicar cambios se aletargan.
Es por eso que no me sorprende la información (ya antigua), que cuenta que las mujeres no pueden decidir sobre su cuerpo. En esa sintonía, voceros del rechazo de la ley de interrupción voluntaria del embarazo explicaron, de múltiples y variadas maneras, que no hay violencia en las violaciones, que la maternidad se celebra con plantas y que la salud pública cuida de los niños, incluso de los pobres, que en el Conurbano Bonaerense rondan los 8 millones.
Pero de eso, ya se habló, y creo que es inexorable que las demandas femeninas en torno a una cuestión que es política y que tiene que ver con la salud pública, den lugar a una nueva ley.
Quedó claro, en esa noticia vieja, que algunos representantes votaron por sus creencias, dejando de lado las demandas populares, cuando otros dijeron que respetaron las demandas populares, sin conocerlas demasiado.
Y si bien apareció la pobreza en los discursos de unos cuantos, también sospecho que a los pobres se los seguirá utilizando, cuando se los necesite.
Durante la discusión en el senado, quedó claro que hay quienes no pueden argumentar sin leer, y otras ni siquiera leen los proyectos que votan, porque ya tienen una posición que está por sobre cualquier debate.
Sería interesante, entonces, analizar las limitaciones de los cuerpos legislativos, teniendo en cuenta que los representantes asumen supuestamente en función de plataformas programáticas (que tampoco necesariamente cumplen) y no por su fe en algo.
Entiendo que la democracia (mundial) es limitada y está en crisis, sobre todo en la Argentina. Sería fácil postular que habría que modificar la constitución, dado que la política, como ordenamiento institucional, guarda una distancia con las demandas sociales. Es observable, que muchas veces, la interpretación popular se diluye en burocracias, pero sabemos que estamos lejos de reformas estructurales.
Y aquí, a la necesidad de dar respuestas a cuestiones que se hacen visibles, hay que sumarle deudas nunca saldadas.
En el siglo XXI, parte de nuestra población no tiene agua, gas, ni luz. Otros, aunque les dicen que la tienen, desde la oscuridad, miran los cables que deberían transportar energía.
Pero no importa, para algunos voceros del optimismo fatuo, el futuro es una panacea inobjetable, aunque las deudas y desafíos se mezclen en el barro de calles que figuran asfaltadas.
Las culpas del pasado vuelan omnipresentes, pero lo actual se exhibe como una Matrix tercermundista, en la que anuncia que habrá robótica como oferta educativa para los chicos del séptimo grado, cuando no hay más séptimo grado, pero sí, escapes de gas que ocasionan la muerte a docentes y auxiliares.
Los griegos, cuando teatralizaban ficciones, usaban máscaras para diferenciar su rol actoral de “la realidad”. De esa manera, no podía haber equívoco posible.
Viendo nuestra actualidad, me preguntaría, cuál es la solución cuándo no hay máscaras que nos protejan de nosotros mismos.