Por Carlos Bianco (Docente-investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y asesor de la Secretaría de Relaciones Internacionales de la CTA de los Trabajadores)
Durante finales de abril se terminó de confirmar el sombrío panorama económico que ya se preveía para la Argentina durante 2018. El detonante fue la fuerte corrida cambiaria auto-infligida por el gobierno de Macri a partir de tres yerros propios de su política económica neoliberal: el desmantelamiento los controles a los capitales especulativos, el sobreendeudamiento en moneda extranjera y el incremento hipertrófico del stock de LEBAC.
Se trató, además, de la corrida cambiaria peor administrada de la historia. El BCRA entró a la corrida con una tasa de interés de política monetaria del 27,25%, un dólar a $ 20 y 62.000 millones de dólares de reservas. Al día de la fecha, dicha corrida no ha podido ser controlada a pesar de que hoy la tasa de interés se encuentra en un 40%, la devaluación ronda el 60% desde principio de año y el BCRA ha sacrificado cerca de 15.000 millones de dólares de reservas.
Desorientado y sin saber que “trole” hay que tomar, Macri no tuvo mejor idea que acudir al “auxilio” del FMI. A cambio de un primer desembolso de 15.000 millones de dólares (lo mismo que se perdió durante 2018), el gobierno de Macri aceptó bajo la forma de “auto-exigencias” las típicas condicionalidades de un FMI más bueno que la peste bubónica. Luego de cometer yerro tras yerro, arrecia un nuevo ajuste del FMI sobre el ajuste macrista en marcha, cuya letra chica no deja lugar a dudas.
En primer lugar, el programa fiscal propuesto implica recortes millonarios en el gasto vía reducción de jubilaciones, despidos y caída de salarios, eliminación de subsidios a las tarifas y al transporte y brutales recortes a la inversión en obra pública y al financiamiento de provincias y PyMEs, con el objetivo de alcanzar el «equilibrio fiscal» hacia 2020. En segundo lugar, el programa cambiario plantea abiertamente la libre flotación del tipo de cambio y la necesidad de continuar devaluando el peso. En tercer lugar, el programa monetario propone una fuerte restricción monetaria que se implementará a través de la prohibición al BCRA de financiar el déficit del tesoro vía emisión, al tiempo que propone una reforma de la carta orgánica del BCRA que lo hace absolutamente dependiente del FMI: se deberá discutir con el staff de dicho organismo cualquier modificación de las tasas de interés y de las intervenciones en el mercado de cambios.
Con un valor del dólar cercano a los 30 pesos, se profundizarán los impactos negativos sobre la actividad económica y el bienestar de la mayoría de los argentinos. La devaluación, más temprano que tarde, se va a trasladar a los precios de bienes y servicios. El traslado será peor que en 2016, ya que el gobierno de Macri directamente dolarizó los principales precios de la economía (alimentos, tarifas y combustibles) y eliminó todo tipo de administración del comercio capaz de morigerar tales efectos. La tasa de interés estratosférica ha encarecido brutalmente el financiamiento productivo, lo que redundará en más inflación y menos actividad. En suma, lo que viene es más de lo mismo, pero recargado: más ajuste, menos salario, menos producción, menos jubilaciones, más desempleo, más pobreza y más endeudamiento. Más miseria para el pueblo argentino. Lo peor no pasó, sino que los efectos de esta corrida innecesaria y del acuerdo con el FMI recién empiezan a desplegarse.