Por Macarena Ramírez
Luego de los anuncios realizados por el presidente respecto, principalmente, de los nombramientos de familiares de funcionarios, el desconcierto llegó a varios distritos del conurbano bonaerense donde el nepotismo es moneda corriente; entre ellos se destaca la situación de Quilmes, donde la medida golpea los planes de Molina para su gabinete.
Argentina es un país llamativo, donde pareciera que por más capacitado que uno este, su eficiencia en la función asignada o el recorrido que se pueda tener en la militancia o la administración pública; un lazo sanguíneo es razón suficiente para ser desplazado o estar vetado en un cago público y todos (o gran parte del arco político, el periodismo y la ciudadanía) aplaudan al unísono.
El problema es que el país sufre de una preocupante falta de sentido común y un desorden de la vida pública alarmante. Está mal que un funcionario nombre al hijo, padre, madre, sobrino, tía, cuñado y/o amante sólo por el hecho de ser parientes y darle una mano para tener un carguito donde acomodarse o salvarse (es lo que usualmente sucede); pero a la vez, ¿es razón suficiente compartir ADN con un funcionario de alto rango para tener prohibida la función pública? En este país parece que sí.
Vidal y Larreta ya anunciaron, o dejaron trascender, que seguirán los pasos de Mauricio y van a depurar sus gabinetes y la ola empieza a arrastrar a los intendentes, principalmente a los de Cambiemos; algunos ya comunicaron que van a adherir a la medida, como Diego Valenzuela de Tres de Febrero o Julio Garro de La Plata; pero a otros la ola amenaza con revolcarlos en la arena.
Tal es el caso del intendente de Quilmes, Martiniano Molina, quién tenía previsto que en las próximas semanas, su hermano Tomás asumiera la Secretaría de Gobierno Municipal.
El caso de Tomás Molina (y alguno más) dista mucho de tantos otros que se suceden en la ciudad, donde pululan por doquier decenas de familiares de altos funcionarios ubicados en direcciones, coordinaciones, subsecretarias, etc. E incluso dista del caso del padre del jefe comunal, quién tuvo su paso por el gobierno de la provincia de Buenos Aires.
Tomás Molina fue y es, cada vez más, una pieza clave en el gobierno de Quilmes. Hasta diciembre cumplió funciones como Secretario General y fue ganando poder de manera lenta pero continua. Comenzó con el rol de “planificar la ciudad” en términos de obra pública, pero siguió con el manejo de hacienda, proveedores, acuerdos políticos, encabezando las negociaciones con el Concejo Deliberante y siendo determinante para definir las listas en la pasada elección, entre tantas otras tareas. Con enojos, conflictos y pagando costos internos, Martiniano decidió que se disolviera la Secretaría General y que su hermano y hombre de confianza sea el próximo Secretario de Gobierno; sin embargo el anunció de Macri llenó de dudas a quienes conducen la populosa y compleja ciudad del sur del conurbano.
¿Debe Molina ser un alumno aplicado, cumplir con la línea bajada desde las máximas autoridades de Cambiemos y echar por tierra la planificación política que el intendente tenía determinada para la segunda parte de su gestión? ¿Mejoraría o en cambio empeoraría esa decisión el funcionamiento del gobierno comunal? Eso es lo que por estas horas se preguntan en Quilmes quienes se sienten en una encrucijada entre seguir las directivas de la cúpula o hacer lo que, consideran, es mejor para gobernar la ciudad.