(Por Christian Skrilec)
La aceleración de la política nacional ya no sorprende pero sigue impactando. Los hechos y sus consecuencias se superponen a velocidad impropia de la mayoría de las democracias. Lo que hoy es blanco, mañana es negro, pasado es gris y en cualquier momento vuelve a ser blanco. Lo que produce este fenómeno es un proceso de décadas, a nosotros, quizás, nos toque en su máxima impresión.
Durante las primeras 48 horas después de la derrota electoral, desde el oficialismo se buscaban razones para explicar lo sucedido y se evaluaba de qué manera se podía revertir el resultado. La segunda parte de la semana se transformó en una crisis política de dimensiones preocupantes, y este fin de semana se retornó al estado de evaluación y estrategias para la elección de noviembre. Pero toda crisis tiene consecuencias.
En medio del sacudón, lo importante dejó de ser la elección de noviembre y el principal objetivo pareció ser evitar la ruptura. Algo similar podría ocurrir después de la elección general, si el resultado sigue siendo negativo para el Frente de Todos. No obstante, sus integrantes, reconocen que una ruptura los condena a la pérdida del poder, por lo tanto, pase lo que pase, el objetivo será seguir unidos hasta las PASO del 2023.
Se puede convivir en la diferencia y crecer en la diferencia, pero ante los tropezones la diferencia se exacerba y perturba la unidad, cuando el tropezón se transformó en caída las diferencias se hicieron insostenibles.
No hacía falta leer la carta de Cristina Kirchner, quien durante la pandemia recuperó el género epistolar para convertirlo en el parámetro de la política, ni mucho menos escuchar las vulgaridades del audio de la diputada nacional Fernanda Vallejos, para descubrir que dentro del Frente hay diferencias profundas, políticas, personales, de forma y de fondo.
No son lo mismo. Alberto Fernández no es lo mismo que Cristina, pese a que la vicepresidenta lo haya elegido para conducir los destinos del país. Máximo Kirchner no es lo mismo que Sergio Massa por más reuniones, fotos sonrientes y objetivos comunes que lleven adelante a corto plazo. El gobernador Axel Kicillof tiene muy poco que ver con los intendentes del conurbano y con el peronismo bonaerense. En síntesis, entre el “albertismo” (si es que existe), el Frente Renovador, La Cámpora, los Sindicatos, los movimientos sociales, el PJ, y todos los integrantes del Frente de Todos, hay diferencias sustantivas, pero un denominador común que se ha vuelto tan sólido como esas diferencias, la unidad es lo único que les permite permanecer en el poder. Este fenómeno es nuevo para el peronismo-kirchnerismo y se profundiza con la consolidación del frente opositor, que aritméticamente le pone un límite a las rupturas.
Cierta interpretación de los resultados, la baja participación, y las siete semanas que restan hasta la elección general, invitan al oficialismo a ilusionarse con revertir el resultado. Difícil, pero no imposible.
Pero está claro que para que el Frente de Todos tenga un gobierno de rumbo preciso con resultados que permitan dibujar un futuro concreto deberá transcurrir el tiempo y establecer liderazgos menos sujetos a la apelación interna permanente. La manera efectiva para resolverlo, es la elección interna, las PASO (Primarias Abiertas Simultaneas y Obligatorias) del 2023, son la única respuesta razonable que tiene este Frente, y sea cual sea el resultado de noviembre, serán el objetivo político a futuro de sus integrantes.
Gracias por leer.