Por Jorge Márquez (politólogo y docente universitario)
Aquel 30 de diciembre del 2001, la jueza Servini de Cubría llamó a Eduardo Camaño al mediodía para advertirle que si había un muerto en la calle, él sería el responsable.
“No podía hacerse cargo”, Adolfo Rodríguez Saá había renunciado en San Luis, no en Buenos Aires. La urgencia le había hecho olvidar al puntano las formalidades, y no podía haber dos presidentes.
Pero la situación era gravísima.
Luego de discusiones, y urgencias que se presentaban como extremas, la jueza aceptó la renuncia de Rodríguez Saá, y a las 17.45 en el Salón de Honor de la Presidencia de la Cámara de Diputados, Camaño firmó ante el escribano general del Gobierno, Natalio Etchegaray.
La sucesión se cumplía: quién se hacía cargo de la presidencia se dirigió a la casa de gobierno acompañado por el edecán.
El portón de la calle Balcarce había sido prendido fuego durante los incidentes de los días previos, la casa de gobierno estaba casi desierta, dos granaderos y un sargento los recibieron. Las crisis desnudan al poder y a las burocracias, las cosas se ven como son: frágiles y elementales.
Su primera medida tenía que ver con ordenar el gabinete, aceptar renuncias y elegir acompañantes: nombró como ministro del interior a Rodolfo Gabrielli. Llamó por celular a Antonio Cafiero, quién se puso a disposición de inmediato, a la hora y media juraba como jefe de gabinete. Al rato, llegarían a la Rosada, Daniel Scioli y Lorenzo Pepe.
Después, debió mandar a emitir Lecop, en la casa de gobierno nada había.
Lo ratificaría al otro día, cuando un periodista investigaba con insistencia qué había dejado De la Rúa en su huida aérea. Aun, en esos momentos de inquietud, y fastidiado por el requerimiento, Camaño accedió a ver qué había en los cajones del escritorio del ex presidente De la Rúa.
Solo encontró una estampita de la Virgen de San Nicolás.
Cuando se retiró para pasar el fin del año con su familia les dio la mano a los granaderos, algunos protocolos ameritaban olvidarse. Es probable que haya recordado cuando un periodista, mucho tiempo atrás, antes de jurar como presidente del bloque justicialista, en el concejo deliberante de Quilmes, en 1987, le había preguntado cuáles eran sus aspiraciones:
“A mí me gustaría llegar a ser presidente”, afirmó.
Su gestión duró hasta las 11.22, del primero de enero del 2002, cuando la Asamblea Legislativa eligió al senador Eduardo Duhalde como nuevo mandatario nacional.
Tengo fotos de ese paso por casa rosada y el sentado en el sillón de Rivadavia…