(Por Christian Skrilec)
Es la pandemia. El Covid 19 es el denominador común y el condicionante de toda actividad, fundamentalmente de la actividad política, que es la encargada formal y fáctica de combatir al virus y sus consecuencias.
Imagino que en otros lugares del mundo, en otros países, en otros pueblos, analistas tendenciosos de la realidad, como suele suceder en estos pagos, pueden sacar al Covid de la fórmula y llegar a resultados particulares. No se puede quitar al virus del análisis de la realidad si se quiere mantener al menos, cierto grado de lógica y ecuanimidad.
Tampoco el Covid es un justificativo para cualquier cosa o una excusa para cometer errores sin pagar el costo. No obstante es cierto que entre nosotros el virus operó como un manto de olvido de los desaguisados económicos y sociales de los últimos dos años de Mauricio Macri, y como un atenuante de desinteligencias y fracasos del gobierno de Alberto Fernández.
El virus es, y la enfermedad está aún lejos de retirarse de nuestra vida cotidiana. Tanto es así que en los últimos días, sea en el gobierno nacional, como en la provincia de Buenos Aires y en CABA, se analizan medidas para frenar el crecimiento de contagios que se viene manifestando en los últimos días. La vuelta al ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), cuarentenas focalizadas, toque de queda, control callejero de las fuerzas de seguridad, son opciones que empiezan a barajarse ante un rebrote que parece llegar mucho antes de lo esperado.
Uno de los impactos más claro que provoca el Covid 19, es el de profundizar los conflictos y acelerar las crisis. Nuestros problemas económicos, sociales, culturales, educativos, laborales, sindicales, empresariales, estructurales, y cualesquiera que se te ocurran, no son producto del virus, si no de demasiados años de desaciertos, y fundamentalmente de una década completa con números negativos. La primavera “kirchnerista” se terminó en el 2011, y las mil flores que Néstor pedía que florecieran comenzaron a marchitarse de a poco y casi extinguirse en el 2020. Los números hablan por sí solos, y la interpretación de su mensaje puede torcerse pero no modificarse.
Ahora esperamos por la recuperación, no sólo la de una década complicada, si no la de un año nefasto como el anterior, que agudizó los problemas y condicionó a la actual gestión de manera extraordinaria. La vacuna como solución al Covid y como motor de la reactivación, no es inminente. Se necesita tiempo para que la normalidad, nueva o vieja, se vuelva habitualidad.
Además, el panorama se agita con el año electoral, que traerá consigo sus acostumbrados conflictos y vicisitudes. Sabemos que la oposición juzgará al gobierno como si la pandemia no lo hubiera aprisionado, y el gobierno usará a la pandemia como un justificativo inapelable.
Al respecto, digamos que no se puede soslayar, por ejemplo, que es muy difícil dedicarse a combatir la inseguridad en la provincia de Buenos Aires cuando la policía debe avocarse a interrumpir fiestas clandestinas o a disolver aglomeraciones playeras. Del mismo modo parece inadecuado plantear que en mi municipio se volvió ineficaz el servicio público cuando la mitad de sus trabajadores se ausentan por infectarse con el virus o ser pacientes de riesgo.
Obviamente que la exculpación no puede ser la medida de la campaña oficialista. Si a las malas condiciones que genera el virus se las recrudece con faltas de iniciativa y errores de un amateurismo preocupante, no hay Covid que lo salve.
En fin, el 2020 fue el año de la pandemia, y lo que hay que aceptar y entender, es que el 2021 también lo es. Todos tenemos la esperanza que en los próximos meses la enfermedad retroceda y la economía, la educación y cualquier actividad se recuperen, pero mientras tanto hay que seguir, y el camino todavía no es claro ni seguro. Nos guste o no, la clase política es la que debe guiarnos por este sendero de incertidumbre.
Gracias por leer.