(Por Christian Skrilec)
Es poco probable que el gobernador Axel Kicillof haya imaginado antes de su asunción una realidad tan oscura para la provincia de Buenos Aires: Una pandemia que condiciona y redefine todas las acciones de gobierno. Un panorama económico y social producto de la herencia, la cuarentena interminable y las diversas restricciones, que se configura como una crisis sin precedentes. Y como si ese escenario fuera poco escabroso, lo golpea una asonada policial cuya resolución se exhibe política y administrativamente enrarecida.
Hoy, el Covid 19 en la Provincia, parece más librado a su propia suerte y evolución que a las medidas que se toman para combatirlo. Si bien los dos primeros meses de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio redundaron en una sensible mejora en los servicios sanitarios bonaerenses: casi se duplicaron las camas de terapia intensiva, se proveyó de insumos a hospitales, centros de salud y unidades sanitarias, y se ordenó de la mejor manera posible un sistema sanitario resquebrajado, desde hace tres meses la evolución de la pandemia se reduce al azar y a la necesitad.
Los pronósticos apocalípticos de los dos máximos referentes de la salud bonaerense, Daniel Gollán y Nicolás Kreplak, que a ojos vista de la actualidad parecen bastante certeros, no amedrentaron a una población que más por hartazgo que por penurias, hace un centenar de días más o menos decidió descuidarse.
Ese descuido excede largamente la necesidad de aquellos que presionados por su deshilachada economía debieron exponerse mucho antes de lo necesario. Los centros comerciales del conurbano hace semanas que amontonan gente que pasea y mira vidrieras. Pero posiblemente, el ejemplo más evidente sean los espacios públicos, donde la mayoría de sus visitantes parece omitir varias de las recomendaciones sanitarias que se publicitan desde un principio.
Aquí es donde el discurso del Gobernador y de muchos de sus voceros parece desencajado. Mientras se hablaba de prohibiciones, restricciones y aislamiento, los vecinos del conurbano parecían no escucharlo o recibir el mensaje con absoluta indiferencia. Obviamente que esta indiferencia respecto al mandato provincial fue y es apañada por los intendentes del conurbano, que cedieron rápidamente a la voluntad de sus vecinos. El ejemplo más grosero se observó en el último mes, donde, primero en distritos de zona norte y luego en la zona sur, bares y confiterías sirven café con leche y medialunas sobre mesas instaladas en sus veredas, cuando la provincia niega su autorización para ello.
Esta realidad objetiva, termina por convertirse en un error político de la Provincia, ya que las palabras del gobernador Kicillof pierden legitimación ante los hechos. Las críticas a Rodríguez Larreta y sus manejos en CABA se desdibujan ante su propio contexto y lo exponen en demasía.
Pero para hablar de exposición y legitimación nada es más grosero que la crisis policial. En este tema, como siempre, hay que limpiar los extremos, no fue un “golpe blando” ni un intento desestabilizador de la “derecha macrista”, pero tampoco fue la “única forma de reclamar” que tenían “nuestros policías que se juegan la vida a diario”. Es la bonaerense, no la policía de Oslo, y el reclamo, con graves síntomas de insubordinación e irresponsabilidad, fue impulsado por los graduados en la policía comunal, sin formación, sin respeto por la cadena de mando, creados por Daniel Scioli y avalados por los intendentes en clave electoral, y después consolidados por María Eugenia Vidal en clave publicitaria.
La resolución del conflicto fue un sacudón para la política y abrió una caja de Pandora. La aparición del presidente Fernández como tutor de la Provincia de Buenos Aires tuvo consecuencias de todo tipo: volvió a poner sobre la mesa la discusión sobre la coparticipación nacional de recursos, asunto que como sea que se resuelva favorecerá a la históricamente perjudicada provincia de Buenos Aires; dejó al frente de la oposición a un reforzado Rodríguez Larreta corriendo de la escena al vapuleado ex presidente Macri; provocó que los ilusos desempolvaran las banderas del “albertismo”, entre ellos, varios intendentes cuya lealtad tiene el rigor de una moneda al aire. Después de los anuncios, Alberto se convierte oficialmente en el padrino de la Provincia, donde hasta ahora, sólo operaba el madrinazgo de Cristina.
La metáfora del botón rojo, como recurso último para combatir la pandemia, fue accionando ante la crisis policial, dando un claro gesto de intervencionismo cuyas consecuencias están por verse. Pero deja con muchas incógnitas a la gestión Kicillof, empezando por Sergio Berni. El ministro de Seguridad ha demostrado ser un hábil declarante ante las requisitorias periodísticas y un buen publicista de su figura, pero un flojo combatiente ante el flagelo de la inseguridad y un pésimo conductor de la policía bonaerense. La demostración por los hechos es inapelable.
No está claro porque se insiste en su continuidad, pero salvo que en los próximos meses logre salirse del personaje de Comic que está creando y se convierta en algo parecido a un ministro, en diciembre puede darse su despedida. Lo mismo deberá ocurrir con la cúpula y los mandos policiales, si es que se quiere ordenar la fuerza y exigirle en contraprestación a los beneficios otorgados, tal como anunció el propio Gobernador.
Kicillof necesita su propio botón rojo, porque no sólo la pandemia, cuya finalización aparece distante y con resultados que serán difíciles de ponderar positivamente si se continúa en este camino, sino también la política puede volvérsele un campo de batalla imposible de transitar sin modificaciones.
La relación con la legislatura está rota más que dañada. La aprobación en el senado bonaerense de los pliegos de jueces y fiscales diseñados por la gestión anterior, no se explica sólo por la mayoría opositora. Es un hecho sin antecedente y hay que ser muy ingenuo para creerlo. La distancia de demasiados integrantes de su gabinete con las mecánicas de la política bonaerense y sus realidades territoriales empiezan a traer consecuencias sin retorno.
Hay que reconocer que es imposible que Kicillof, como se mencionó al comienzo de la nota, haya imaginado esta coyuntura para su gobierno, pero inevitablemente tendrá que reconocer que el cambio de condiciones también exige un cambio en las ideas que traía para gestionar la Provincia. Es demasiado pronto para encerrarse entre los propios, negar realidades, y hundirse en soberbias que acaban construyendo malos gobiernos y arrastrando al desengaño a los votantes.
Gracias por leer.