No importa lo que hagas, lo que digas, lo que pienses. No vale la pena estar convencido, tener una idea, proponerla, empujarla, militarla. Si te interesa la política, desde adentro o desde afuera, lo único que tenés que tener claro es que te vas a tragar sapos. Los traidores de ayer son los leales de hoy y volverán a ser los traidores de mañana.
Mauricio Macri pateó el tablero y eligió como candidato a vicepresidente al senador Miguel Ángel Pichetto. Hecho inimaginable hasta hace apenas unos días y cuyas probabilidades unos meses atrás eran menos que cero.
Las mismas probabilidades de que Sergio Massa y su Frente Renovador que lo único que renueva es la ambición por los cargos, cerrara filas con el kirchnerismo. Las mismas, nulas probabilidades, que Alberto Fernández fuera el candidato a presidente de Cristina.
Cómo le explican a los fervorosos defensores de Cambiemos, que el representante de la más rancia política peronista, que el senador al que acusaban de proteger a Cristina de los avances de la Justicia, hoy es su candidato a vicepresidente.
Cómo se argumenta ante un militante kirchnerista que el tipo al que consideraban una rata que había abandonado el barco, operado en contra, defendido a las multinacionales y se había asociado con Clarín, hoy es el sucesor de Néstor y Cristina.
Cómo mira Massa a la cámara con su sonrisa impostada y su discurso coucheado al extremo y nos explica a todos por qué rompió con Cristina en el 2013, enfrentó a Cambiemos y al Frente para la Victoria en el 2015, acompañó a Macri hasta el 2017 y se vuelve a asociar con el kirchnerismo en el 2019.
Hay una verdadera fiesta de absurdos en las redes sociales que exponen a la política como una carrera de mentirosos sin control ni condena. Pero todo tiene explicación: defender la república, salvar a la patria, terminar con el gobierno, acabar con el pasado, etcétera. Todo puede justificarse con espíritu patriótico y compromiso ciudadano.
Hace unos 60 años, Daniel Bell escribió un libro titulado “El Fin de la Ideologías”, donde expresaba que las ideologías acabarían siendo un asunto irrelevante para el ciudadano. El problema es que aquí no sólo es irrelevante la ideología, sino también la lealtad, la honestidad intelectual y el compromiso con el votante.
La “realpolitik” todo lo justifica y todas las acciones terminan siendo válidas para mantenerse en el poder o para recuperarlo. Pero creer que estas acciones no tendrán consecuencias es de una ingenuidad peligrosa.
Comparto lo que decís pero todos somos culpables los militantes los periodistas y la jente