(Por Christian Skrilec)
El año se cierra con un sinfín de especulaciones electorales. La arquitectura que dará forma a las elecciones del año 2019 todavía está bosquejándose. Ningún sector piensa en corregir el sistema, adecuarlo a los tiempos, o mejorar su representatividad. Todos evalúan cuál será la mejor manera de instrumentarlo y sacarle el mayor beneficio posible. Esto es legal, es lícito, pero no mejora la democracia.
Empezando por la definición del calendario, los oficialismos tienen la ventaja. Por eso el tema central de discusión de principios de año será el desdoblamiento: ¿a quién le sirve que la Provincia de Buenos Aires y sus distritos elijan autoridades y representantes antes que la Nación? La respuesta no hay que buscarla en la Provincia y en los Municipios, donde los oficialismos consolidados prefieren evitar la grieta que ensalzan el presidente Macri y la senadora Kirchner, sino en el gobierno Nacional. Para los detractores del adelantamiento, sacar a Vidal de la lista que encabeza Macri, su cosechadora de votos bonaerense, es condenarlo al Presidente a una derrota. Para los que impulsan desdoblar y adelantar las elecciones, consideran que un triunfo en Buenos Aires, sumado a la victoria en la Ciudad Autónoma y alguna que otra provincia, le darán un marco ganador a Macri para la elección presidencial; pero además, condimentan esta idea con el hecho que los intendentes del conurbano, no se esforzarían demasiado en la campaña una vez que hayan conseguido imponerse en sus batallas locales.
Todo está en proceso. Al igual que el sistema de alianzas opositor. Aquí también todo vale y de todo se habla, desde que el desdoblamiento permitiría una interna multipartidaria opositora en suelo bonaerense que incluya al “kirchnerismo”, hasta la candidatura de Cristina a la gobernación de la Provincia, pasando por todos los armados intermedios posibles. Tampoco se descarta la municipalización de las elecciones, aunque parece el escenario menos probable, también genera una ingeniería diferente y otras tantas especulaciones.
En este marco general, la política electoral quilmeña se vuelve absolutamente dependiente. Las razones son simples, el gobierno de Molina no está consolidado, y la oposición es un verdadero aquelarre. El problema principal, es que pareciera que ninguna acción local puede modificar las consecuencias de las decisiones que se tomen en los altos mandos, lo que agrava la situación por sobre la mayoría del resto de los distritos bonaerenses. Volvemos al axioma de un viejo colega de la ciudad: “en Quilmes siempre es peor”. Agreguemos sin ánimo de zambullirnos en la desazón, que históricamente es muy difícil hacer política en el distrito.
Para el intendente Molina, es clave la arquitectura electoral que se decida aplicar. Si la elección bonaerense se desdobla, y sólo comparte la boleta con Vidal, sus chances de reelección son óptimas. Si la elección fuera exclusivamente municipal, mantiene el favoritismo pero con reservas. En cambio, sí debe acompañar la candidatura presidencial de Mauricio Macri enfrentando a Cristina Kirchner, deberían pasar muchas cosas para evitar la despedida. Esta dependencia es peligrosa, porque vuelve al gobierno indiferente a la hora de gestionar, salvo que la elección se municipalice.
Por su parte, a la oposición, sea cual fuera su orientación y procedencia, también la condiciona el escenario general. Si bien hay una larga y simpática lista de candidatos a intendente, podríamos dividirlos gentilmente entre aquellos con posibilidades de ser y aquellos sin ninguna chance. Otras divisiones, menos generosas, podrían encasillarlos entre candidatos serios, poco serios, ridículos o patéticos. Pero en fin, la política también permite el libre albedrío.
Estos candidatos también dependen del armado que se conforme en la súper estructura que los cobije, y a excepción de los ridículos o patéticos, hay un buen número de nombres con más o menos chances de convertirse en candidatos para gobernar Quilmes. La conformación del escenario político puede generar sorpresas, como lo fueron los ganadores del 2013 (Walter Queijeiro) y el 2015 (Martiniano Molina), aunque en esta ocasión, cualquier sorpresa provendrá de la política.
Gracias por leer.
*Publicado en la edición Nro. 915 del semanario “El Suburbano’.