Por Jorge Marquez (Politólogo y docente universitario)
El poder adquisitivo de los docentes universitarios está por debajo del 2015 (CONADU). Comparados con otros países, los salarios que se pagan en la Argentina, son más bajos y el gobierno ofrece un porcentaje que garantiza que lo seguirán siendo. Así mismo, las becas y la investigación se verán ajustadas.
La falta de correcciones salariales ante la inflación disparada y el complejo horizonte presupuestario (en el 2018 se produjo un recorte de 3 mil millones) señalan parte del conflicto que hoy se está buscando visibilizar, por medio de abrazos y clases públicas.
Si bien podríamos afirmar que, históricamente, en la Argentina las tensiones entre los gobiernos y los docentes aparecen como cíclicas, la situación actual supera cuestiones financieras o económicas. En mi opinión, se pretende instalar o poner en disputa la posibilidad de educarse en universidades públicas, en el marco de un modelo que no valora el saber, o que si lo hace lo plantea para pocos destinatarios.
En ese sentido, hay conocidas manifestaciones de funcionarios que afirman que los pobres no van a la universidad, buscando configurar un escenario acorde con sus propósitos.
Contra este discurso debemos decir que, en la Argentina, los pobres pueden estudiar en las universidades, justamente allí, donde los conocimientos se generan y socializan sin restricciones de clases. De manera complementaria, podríamos plantear que es impensado un país donde la investigación científica quede librada al mercado. Es por eso que las universidades constituyen pilares estratégicos en términos de desarrollo y se está castigando a quién debería estimularse, mientras se obvia que en la Argentina hay más de 1.490.000 estudiantes que asisten a universidades públicas.
La socialización del conocimiento y su construcción colectiva son vitales y la sociedad lo sabe. Subrayo las posibilidades que brinda nuestro país en cuanto acceder a la universidad, no como privilegio, sino como derecho: la educación soluciona, cura, crea, genera valor.
Sin ella no tenemos destino como país.
No pensar en esto es seguir discutiendo cuestiones de agenda de principios del siglo XX, cuando a la clase gobernante solo le importaba sostener un proyecto agroexportador, y el saber no interesaba si no tenía que ver con lo que esa clase quería que interesase.
Sin dudas, la educación pública transforma a los pueblos.
Esto está comprobado, aunque a algunos no les importe y sigan queriendo vender espejitos de colores baratos porque el tipo de cambio favorece la importación de modelos anacrónicos que solo le sirven a unos pocos.