Por Jorge Marquez (Politólogo y docente universitario)
En tiempos en los que otras plataformas presentan variadas ofertas que compiten con la televisión, el canal estatal logró niveles de audiencia excepcional con el relanzamiento de El Marginal 2. De esta manera, se ratifica la afinidad de gran parte del público con series que buscan retratar el mundo tumbero.
En este caso, un buen producto local, que sin dudas,se relaciona con parte de nuestro imaginario; en definitiva, diría Bourdieu, nuestro gusto nos delata.
Así, en un punto, la curiosidad se estimula a partir de la espectacularidad, o al menos, desde una postal en la que se obvian algunas facetas de la vida carcelaria. Quedan afuera quienes, aun recluidos, estudian, se capacitan o emprenden proyectos productivos.
Pero es sabido, eso no vende y es posible que la fortaleza de la serie radique en la amplificación de la corrupción, basada en la sospecha de su omnipresencia.
Confortablemente, asistimos a una ficción en la que la ilegalidad está naturalizada, de forma similar a lo que pasa en la “vida real”. Ya lo comprobamos, en la Argentina, hay realidades que superan ficciones.
Tal vez por eso, cómodos frente al televisor, nos resulta verosímil que un juez pueda estar involucrado en una mejicaneada (primera parte de El Marginal 1), que su hija esté secuestrada dentro de una cárcel, que los detenidos accedan a drogas y armas con extrema facilidad, o incluso, puedan salir cuando quieran.
Estar “adentro o afuera”, para algunas prácticas,es indistinto.De hecho, en estos días, se hallaron dos barras de trotyl en la Unidad Penitenciaria 32 de Florencio Varela.
Por eso, no nos llama la atención, que en la serie, el responsable de la administración del centro penitenciario robe a los presos, mientras busca hacer carrera política y digite quién gobierna esa dimensión del control presidiario y de los negocios que se generan.
En definitiva hablamos de la mirada sobre un negocio ilícito: parte de una mímesis sin solución y sin manifestantes que reclamen cambios profundos, más allá de aislados repudios a la organización del control sobre la delincuencia.
Muy lejos de allí, se pretende convencer a los ciudadanos que se trabaja en la búsqueda formal de la disminución de la reincidencia o en el desaliento de la criminalidad.
Sabemos lo atractivo que puede resultar la estética delictual desarrollada por determinados personajes, ya lo vimos con Walter White o Frank Underwood. En este argumento, es posible que la calidad actoral refuerce lo seductor de ser testigos de una escenografía truculenta en la que los más ruines —que violan las normas como costumbre—, aparecen simpáticos transeúntes de la “normalidad”.
El retrato carcelario de El Marginal, asumido como parece asumirse, no se encapsula en la serie, se proyecta. Sugiere la imposibilidad de escapatorias a la idea de corrupción como una enfermedad pandémica, no hay vacunas ni intentos de combatirla. Sí, se muestra, la hipocresía del poder al momento de plantear soluciones.
Distendidos, “a salvo”, nos acostumbramos a ver una parte oscura de nuestra realidad.
Su éxito está asegurado, es una ficción que nos distrae, que se desarrolla paralela, más allá de que “en el mundo real”, los detenidos sean mayoritariamente pobres, la mitad de ellos no tenga condena firme y su reinserción sea casi imposible, aun en una sociedad con códigos que no son tan diferentes.
Sr. Historiador Marquez, ud. vio el video de cómo lo «recibieron» al que esta preso por, supuestamente, matar al arquero de Almagro??, trate de verlo, o como lo «recibieron al Pity Alvarez, trate de verlo, y después vemos cual es más real, si estos o la ficción.Lamentable pero…..real.