(Christian Skrilec) Lentamente el eje de discusión se va corriendo de lo económico a lo social. El horizonte de preocupación del ciudadano promedio del conurbano vuelve a posicionarse en la inseguridad. No porque la economía se haya encaminado, o renacido con la primavera, sino porque la lluvia mediática de hechos policiales nos recordó que estábamos en la Provincia de Buenos Aires, donde la periferia olvidada es caldo de cultivo para la violencia.
Urbanizaciones que lejos de incluir consolidaron guetos, planes sociales clientelares, salud de emergencia, educación para completar la ración alimentaria, deserción escolar, desocupación, trabajo en negro, discriminación, violencia familiar y de género, policía cómplice, gendarmería represora, justicia ausente, y la lista de desgracias es interminable si se detallan.
El estado está y estuvo ausente. Los analistas de la academia, los periodistas de redacción, y los teóricos de pupitre, prescriben soluciones insólitas o impracticables. Ninguno de ellos tiene barro en la suela de sus zapatos. Nada amenaza tanto al futuro como la ignorancia y el desconocimiento.
En los barrios más castigados de las ciudades del conurbano, villas miserias postergadas, asentamientos de precariedad absoluta y hábitats imposibles, la justicia por mano propia se viene ejerciendo cada vez con más frecuencia desde hace mucho tiempo (¿un lustro, una década, desde este siglo?). Los linchamientos, los caratulados homicidios en riña, el incendio de casillas o viviendas precarias, son métodos de ajusticiamiento naturales en innumerables barrios.
Por otra parte, dando un panorama embrutecido de actualidad: la marginalidad crece, la pobreza crece, la violencia crece, el humor social se enturbia, el ajusticiamiento se expande. Pero cuidado, es un error fatal creer que esto es cosa de pobres, es más, si fuese de pobres contra pobres el poder jugaría al distraído para bajar costos a largo plazo. Una sociedad que carece de Justica, anómica, desconocedora de las leyes y sin apego a las normas, no busca justicia, sólo exige venganza. Retrocedimos un siglo y medio.
Hasta acá lo conceptual, ahora lo trágico cotidiano. La realidad.
Como no se puede arreglar, como superar las desigualdades es una tarea imposible a corto plazo, como hay que dar respuestas ante el reclamo de una enorme masa de población que todavía sigue en el sistema y pelea por no caerse, y un sector acomodado que siente amenazados sus privilegios, hay que actuar y tomar decisiones.
Entonces se recita la metáfora del combate a las mafias, de la reestructuración policial, de la reforma en la Justicia. Pero el tiempo transcurre y las mafias siguen estando ahí, la policía es objetivamente la misma, y la justicia no cambia. Propaganda, y muy pronto, publicidad electoral, en un eje que dará mejores frutos que la economía.
Es posible que la gobernadora Vidal tenga buenas intenciones, también es posible que políticos de su entorno, intendentes opositores, legisladores de toda clase y laya tengan voluntad de cambiar la dura realidad que nos toca, pero mientras tanto pasan otras cosas: el Ministro de Seguridad bonaerense, Cristian Ritondo, acordó con el ministro saliente, el Intendente de Ezeiza Alejandro Granados, demasiadas continuidades. La promesa de disolver el sistema del Comando de Patrullas Comunitario (CPC), nunca se cumplió. La obligación de los altos y medianos mandos policiales de presentar sus declaraciones juradas tampoco, y pese a que el 80 por ciento de los que debían hacerlo no lo hizo, no aparecen las sanciones. La formación de la policía comunal no mejora. Y lo más evidente, según CAMBIEMOS, el gobierno anterior permitió el crecimiento indiscriminado del narcotráfico en gran escala y al menudeo, increíblemente, siguen pretendiendo razonable el nombramiento como Jefe máximo de la policía a aquel que había sido el encargado de combatirlo. La lista de objeciones a la política de seguridad es interminable, y pese a las reuniones, los anuncios, y el voluntarismo, las señales de cambio conducen a un solo camino, donde nos piensan brindar seguridad por mano impropia.
Gracias por leer.
*Publicado en la edición N° 816 del semanario “El Suburbano”.