(Por Christian Skrilec) Creo que en este tiempo de inmediatez y de guiso informativo cotidiano, no estamos tomando conciencia del sacudón histórico del resultado del domingo 25, que le arrebata de un saque el poder al peronismo bonaerense. Después de 28 años, el peronismo en cualquiera de sus variables sale de la conducción de la Provincia y de un puñado de distritos políticamente esenciales. Creer que esto no va a tener consecuencias de fondo, es pecar de ingenuidad.
Obviamente que el resultado del balotaje tendrá incidencia directa en Buenos Aires y en los principales distritos que la componen. Las decisiones del gobierno nacional condicionan a todas las provincias y especialmente a la nuestra. Bien lo sabe el propio Daniel Scioli, que gobernó dos años con un descarado boicot “kirchnerista”, que incluyó ahogo económico, comisiones investigadoras, presiones sindicales, etcétera.
En la Provincia los fondos son insuficientes, y aunque genera más del 40 por ciento de la riqueza nacional, apenas recibe un poco más del 20 por ciento de coparticipación. El Fondo del Conurbano Bonaerense, creado en los noventa para compensar la coparticipación perdida, está congelado hace una década. La gobernadora electa, María Eugenia Vidal, tendrá que pelear con el futuro presidente para poder sacar adelante el territorio, incluso si el presidente es Mauricio Macri, cuya falta de conocimiento de la realidad bonaerense no es una mera consigna de la ahora denominada “campaña del miedo”, sino una verdad objetiva que se desprende tanto de sus declaraciones como de las de quienes lo rodean.
Por su parte, Vidal está obligada a impulsar algunas reformas que le muestren a la población que es verdad el asunto del “cambio”, y eso tendrá derivaciones difíciles de prever, aunque mucho peor le irá si no pega un golpe de timón, y los marineros se ocupan de que el barco siga como hasta ahora.
En los pasillos platenses, a la gobernadora electa no le dicen “MEV”, como los chicos perfumados del PRO capital que se asombran por el paisaje bonaerense. Tampoco le dicen “la monja”, como algunos enemigos internos de la estructura de Mauricio Macri. En La Plata, en las oficinas colonizadas por estructuras peronistas desde hace más de 20 años, a Vidal le dicen Maruja.
Y hablando de sobrenombres, a Martiniano Molina, sólo le dicen Martiniano las chicas que arman las gacetillas de prensa, y aquellos políticos, aprendices de políticos, y advenedizos que buscan un lugar en el gobierno. En casa, relajados, le dicen Marty. Mientras que en los mentideros políticos, en medio de la rosca, le dicen “el chef” o “el cocinero”, mientras que aquellos que lo quieren degradar por anticipado lo apodan “el pibe”, o “el pela papa”.
Al intendente electo, le urge convertirse en el Intendente Martiniano Molina, y si es posible, en “Molina” a secas. En muy poco tiempo, apenas un mes, se pincharan todos los globos amarillos que se reparten desde hace meses, y hay que gobernar. El Municipio de Quilmes es un elefante difícil de domar, lleno de vicios, complejidades y necesidades.
Posiblemente una de las herencias más complejas que deja Gutiérrez, es que cualquiera puede ejercer cualquier cargo. La derrota contundente del pasado domingo demuestra lo contrario. Es más, bien analizados, hasta el triunfo que le dio la reelección en el 2011 avala la idea de que no se pueden sostener incapaces o corruptos en cargos de relevancia.
La espalda del “Barba” todo lo aguantaba. Gutiérrez gobernó sin dos secretarías fundamentales de la gestión se pusieran nunca en funcionamiento: Gobierno y Obras y Servicio Públicos. Entre esas dos secretarías se resuelven la política y los servicios elementales que se le dan al vecino. Quilmes no soporta que persista esa situación, y la espalda de Molina tampoco.
Gente nueva, gente con experiencia, malos eficientes que hay que controlar, buenos voluntariosos pero distraídos que hay que empujar, veremos. Molina afirmó que después del 22 armará su gabinete. Él también, como MEV o Maruja, necesita tomar el timón para comandar el cambio, porque en este barco llamado Quilmes, los marineros siempre están preparados para el motín.
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