(Por Christian Skrilec)
Hay una frase especiosa, que es parte del folclore del conurbano y que toma un sentido común inapelable cuando sale de boca de cualquier caudillo pejotista experimentado: “Las bandas no se combaten, se conducen”.
Suelo referirme a esta expresión como síntoma de nuestras desgracias, pero también como epítome de un realismo inevitable. Las bandas son parte del tejido social del conurbano. Pero antes de continuar, digamos que entendemos por bandas a un determinado conjunto de personas asociadas para ejercer actividades ilícitas o rayanas a la ilegalidad, y su relación con la política puede ser directa o indirecta. La categorización suele ser indistinta y generalista, se referencia como banda a los barras bravas de un club, a los integrantes de una repartición de la policía bonaerenses, a los componentes de una agrupación política o social, a patotas sindicales, o las distintas bandas de delincuentes que se dedican a actividades visiblemente identificables con lo criminal. La palabra “banda” es generosa en acepciones y no discrimina, las bandas no son ni exclusivas ni excluyentes.
Las bandas buscan desde siempre la cobertura del poder político. El problema es que en algún momento indeterminado de la historia reciente, pasaron a ser parte de la contextura del poder, integrantes del Estado. Para dar un ejemplo: en todos los distritos del conurbano bonaerense hay empleados municipales (de planta o transitorios) que integran las barras de los clubes de fútbol de la zona. A veces los nombramientos son soterrados o camuflados en parientes, amigos o nombres de segunda línea, y en otras ocasiones no se toma ningún recaudo.
La política se acostumbró a convivir con las bandas, que en la mayoría de los casos prestan un servicio limitado, fundamentalmente en tiempos de campaña. Hacen ruido y número en los actos, comparten caminatas con candidatos en los barrios más duros de las periferias, auspician de culata a legisladores o concejales temerosos. También las bandas y sus integrantes, facilitan acceso a menesteres marginales.
Esta convivencia tiene costos. Pancho Vargas, más conocido en la calle como Pancho de “La Matera”, cuenta con una biografía personal repleta de hechos plausibles de investigación. Uno de ellos derivó en su aprehensión por considerárselo responsable en actividades de narcomenudeo. Foto con el ex jefe de Gabinete Aníbal Fernández de por medio, fue bautizado por la señal noticiosa del grupo Clarín como “narco militante K”. Título ingenioso pero falso.
También es absurdo creer que Pancho es militante de Cambiemos porque puso un cartel identificatorio en su local, o responde a órdenes del Intendente Molina porque se muestra junto a él en media docena de fotos. Pancho y su banda, son militantes de ellos mismos, y siempre buscan la sombra del poder para resguardarse, lo que los vincula a casi todos los políticos que han disputado elecciones en esta ciudad. Por su otrora inserción en La Matera, Pancho siempre fue un referente a consultar. Usted lector, quizás se indigne porque describimos a Pancho como a un ciudadano común cuando su percepción de los hechos narrados lo hace calificarlo como un delincuente. No estoy disputando esa valoración, estoy explicando que Pancho Vargas es parte del tejido político del distrito de Quilmes.
Hay que terminar con la hipocresía. Pancho no es un caso aislado. Son varias las bandas que conviven bajo la estructura municipal. Una mínima auditoria judicial descubrirá que hay al menos medio centenar de trabajadores del Girsu (recolección de residuos) con procesos penales abiertos. Integrantes de las distintas facciones de la barra Cervecera fueron sumándose como empleados de la comuna a lo largo de los años. Estructuras barriales-sociales de conductas al menos sospechosas fueron y son parte del gobierno. La lista es inagotable. La síntesis de esta situación se clarifica en lo siguiente: el Secretario Sergio Chomyszyn se mueve en un auto blindado y se rodea de una banda para poder dirigir Servicios Públicos.
A esta altura, usted, en su sano juicio, se estará preguntando por qué no se combaten las bandas, mientras que yo, contaminado por la cotidianeidad del conurbano, me estoy preguntando quién las conduce.
Gracias por leer.
*Publicado en la edición Nro. 882 del semanario “El Suburbano”.