(Por Jorge Márquez)
Muchos de nosotros hemos recurrido, en nuestros días estudiantiles, a la expresión, derramada como un ruego, “estudié pero no me acuerdo”, apelando a la idea de que ocultar nuestra vagancia con cuestiones nemotécnicas, ayudaría a que el profesor tuviera piedad con nosotros.
En una variación de esta tipología, podríamos incluir a aquellos, acaso más audaces, que sin reconocer su ignorancia, balbuceaban datos erróneos pensando que el profesor no escucharía la sarta de tonterías que lanzaban a la clase. De más está señalar que aquella lección surrealista, aunque repetida con impunidad, nunca se convertiría en el contenido solicitado, y ya fuera por omisión o distorsión, el dato sería la víctima fatal.
Haciendo una analogía de aquella experiencia lejana me permito pensar en algunos funcionarios de este gobierno: integrantes de equipos (“los mejores de los últimos cincuenta años”) supuestamente preparados para administrar un país, pero que no recuerdan cómo lograr que vivamos mejor, si acaso en algún momento lo consideraron (más allá de las promesas electorales).
En esta sintonía, me es difícil pensar que tantos tipos tengan problemas de memoria o sean tan audaces en la difusión de lo erróneo, contradiciendo al viejo Lincoln, cuando sostenía que no se puede engañar a todos todo el tiempo.
Me sumerjo en la comunicación oficial como prueba, a la vez que comento una pretérita sospecha ya descartada: hubo un tiempo en el que pensé en la existencia de un plan de distracción mediática basado en la argucia consistente en lanzar declaraciones necias para distraer, mientras se endeudaba y transfería la riqueza del país a sectores de privilegio. Se banalizaba y diversificaba la comunicación en pos del cumplimiento de una estrategia. Así fue como sucedieron muchas cosas, mientras el foco mediático estaba en otro lugar. La velocidad en la difusión, en cuanto a la cantidad de provocaciones y avances contra las mayorías, impediría captar la real dimensión de lo que sucedía. Se endeudaba el país, se abrían las importaciones, cerraban fábricas, las obras públicas las hacían siempre para los mismos, aumentaban las tarifas, se planteaban paritarias irrisorias y se discutía la cantidad de víctimas de la dictadura. Se avanzaba sobre derechos adquiridos, mientras la mayoría era cada día más pobre y vulnerable.
Aquel bombardeo mediático negador, podría suponer la ejecución de un plan —siempre impopular— pergeñado con inteligencia (nunca subestimemos al poder, diría Nietzsche) en pos de contribuir a que el neoliberalismo se impusiera a como diera lugar. Mientras tanto, sí, ya se, nunca olvido “la responsabilidad del gobierno pasado”. Sin embargo, permítaseme señalar la limitación del actual gobierno, “positivista y futurista”, cuando esgrime como único argumento de su inconmensurable pobreza intelectual, “la pesada herencia”, como indispensable justificación de sus desaguisados. Por eso es útil recordar que la causa del fracaso “siempre es del Peronismo”, ya acreedor exclusivo a uno de los círculos del infierno de Dante. (Obviando, que como este gobierno en las últimas elecciones, llegó al poder por el voto popular).
Hoy, no me atrevería a afirmar que el volumen y la calidad de los comunicadores obedezcan a un plan. Intuyo que la estupidez desbordó los moldes y aquella dinámica comunicacional profundizó su banalidad y su desinterés por el otro. Tal vez algunos portavoces estén convencidos de lo que dicen, a otros no les importe o crean que sus dichos no tendrán consecuencias. El diagnóstico es tierra fértil para que el abanico de premisas falsas se amplíe, consolidando una suerte de “realismo estúpido” basado en una sanata creadora de un relato que no resiste contrastación con la realidad. La austeridad en la inteligencia y la manifestación elemental avanzó sobre la ingeniería comunicacional y, consecuentemente, fluyó el sinsentido. Con rapidez pasamos del “errorismo” — reconocimiento de la ignorancia o de los posibles negociados que quedaron al desnudo y se truncaron— a algo así como “no estudié, tampoco me acuerdo, digo cualquier cosa y no importa”, porque estoy imponiendo mis ideas de todas maneras.
Así, podríamos plantear la hipótesis de que más allá del asesinato del “dato”, no les interesa desconocer o errar en el monto que gana un jubilado o en conjeturas que provocan rechazo. Acudo a ejemplos en los que se plantea que no son necesarias las elecciones legislativas, o que es correcto perseguir y acosar a los docentes que hacen ejercicio de un derecho constitucional.
Se disparó la máquina de generar relatos (que comenzó su funcionamiento con las promesas de campaña) y “la realidad” pasó a ser una creación diseñada por quienes no saben, que “estudiaron pero no se acuerdan” o por aquellos que se atreven a manifestaciones irrisorias dirigidas a un público que suponen devoto o desinteresado. Basta recordar, en estos días, a un filósofo gubernamental manifestando su preocupación ante una sociedad que no puede comprender al Presidente.
En tanto se diseña una nueva “utopía”, basada en el vacío argumentativo como camino de la regresión social, y el supuesto privilegio de no caer en la educación pública, es necesario construir una representación feliz: “un mundo nuevo gobernado por gente nueva (pocos son nuevos)”, que abren las canillas de enunciados configuradores de “un gobierno popular que trabaja para los pobres”, que atraviesa un “inmejorable momento institucional”, luego del trágico concierto que ocasionó “once muertos y múltiples desaparecidos en Olavarría”, y de muchas falsedades más, con la liviandad del alumno canchero que pasa al frente de la clase a decir cualquier cosa, pensando que el profesor tiene atrofiada su inteligencia o que cayó de un planeta poblado por mutantes.
La duda es, sí existirá rectificación del rumbo o se profundizará esta suposición elemental de que muchas tonterías y falsedades repetidas con intensidad pueden transformarse en contenidos inteligentes (o al menos útiles para seguir en el poder).
Parafraseando al poder, mi respuesta es, “te la debo”. Tan solo podría afirmar que si bien sabemos de la perseverancia de gotas que horadan los cráneos y de aleteos transformados en tempestades, es difícil pensar que los enunciados —a contrapelo de las realidades de la gente— puedan convertirse en impulsores del desarrollo, ni aún reiterados obcecadamente por todos los medios de comunicación al mismo tiempo.
*Lic. Ciencias Políticas, docente, autor de «Al sur de la Utopía»