(Por Christian Skrilec)
La justificación original fue y es válida pese a que se repita como una letanía hueca: el corte, el piquete, es la única manera de hacer visible lo invisible. Hace veinticinco años, en el norte y sin destino, sólo les quedaba cortar la ruta para que alguien los tuviera en cuenta, entonces los piqueteros tomaron forma.
El problema es que si el asunto es hacer visible lo invisible, recordarle al estado que tiene responsabilidades inalienables con sus ciudadanos, o simplemente sacudir de la siesta que indefectiblemente se toma cualquiera de nuestros gobernantes, todo corte, toda toma, todo piquete es válido.
(Alguien prestó atención que en este nuevo país del diálogo, de escucharnos, de lograr consensos y de no agredirnos, hemos transitado todo el mes de marzo entre cortes, piquetes y protestas por falta de acuerdos? Perdón, una reflexión fuera de contexto.)
Entonces, una vez convalidado el corte como mecanismo de reclamo y como recurso eficaz para obtener audiencias con funcionarios, todos lo utilizan, tanto los que no les queda otra forma de que los escuchen, como los políticos aviesos y los movimientos sociales devenidos en Pymes de pocos vivos.
Diferenciar el reclamo desesperado sostenido en la necesidad genuina, de la jugada política y de la mala fe, termina siendo una tema de apreciación.
Venimos de la idea de no reprimir la protesta social, de no judicializarla, de tolerar toda manifestación aguantando lo que venga sin intervenir. Es cierto que el gobierno que avalaba estas definiciones tenía en su nómina a la mayoría de los movimientos sociales y organizaciones que suelen motorizar este tipo de protestas, y además, en una jugada de la que nunca pudo despegar del todo, se llevó puesta la vida de Mariano Ferreira.
Pero ahora hay otro gobierno, cuyo núcleo duro avala la eliminación de los piquetes como mecanismo de reclamo, por eso al poco tiempo de asumir propuso un Protocolo para controlar los cortes de calle y racionalizar la protesta. No se animó, la tibieza pudo más. Entonces quedó atrapado entre aquellos que le reclamaban mano dura con los piquetes y una protesta social creciente, tenga el origen y la licitud que tenga.
En esta hora las usinas políticas esparcen el rumor que ahora si pondrá manos en la masa (nunca mejor dicho), y buscará la forma de controlar la calle, ya que el oficialismo considera que los están apretando a través de movilizaciones y marchas.
Pero el problema principal que se suele dejar de lado a la hora del análisis es que la gestión de Macri avala el apriete con sus actitudes. La Ley de Emergencia Social es un claro ejemplo. En su segundo diciembre, a un año de haber asumido, y ante el temor que suelen tener todos los gobiernos durante el mencionado mes después del 2001, el oficialismo cedió ante las presiones de las organizaciones sociales, y no sólo votó la Ley de Emergencia Social, sino que abrió el grifo para inundar con billetes a movimientos y organizaciones.
Para muestra sobra un botón, creer que sólo la falta de reglamentación de esa Ley es lo que promueve los cortes de calles y avenidas, es no entender que ante el marco de necesidades que genera el propio gobierno, la demanda no se va terminar nunca, porque todo reclamo va a tener una base de racionalidad. Obviamente esa base, también podrá ser usada con intenciones arteras, pero volviendo a alguna idea anterior, cómo hacer para diferenciarlas.
En nuestro país, controlar la calle desde el punto de vista político, es en esencia una idea peronista. Ganar la calle, es una idea de la izquierda. Limpiar las calles, una idea fascista propia de las fuerzas armadas. CAMBIEMOS está atrapado en medio de estas ideas, y lo grave es que es improbable obtener una salida consensuada de ese laberinto ideológico.
Sin gimnasia política para bancarse el apriete, con un modelo económico que hasta ahora no impacta positivamente en las mayorías, con un discurso de acción tibio para enfrentar la situación, metidos en un año electoral, no se advierte que aparezcan soluciones simples a corto plazo.
Me animo a decir que hacer lo más sencillo sería lo recomendable: escuchar los reclamos, resolver el problema que los origina, y no convalidar el apriete.
Gracias por leer.
*Publicado en la edición N 836 del semanario «El Suburbano».