(Por Christian Skrilec) Nadie esperaba el sacudón, mucho menos el sacudido. El intendente Martiniano Molina pisó una banana, y en vez de caerse, lo agarró un tren de frente. Medios y comunicadores de toda laya, cultores de las redes sociales, humoristas de ocasión, entre otros comentaristas, participaron del festín, y Martiniano pasó a ser el plato principal.
Para los distraídos de siempre, recordemos sucintamente el hecho. A Molina le preguntaron por la posibilidad de convertir “El Pozo de Quilmes” (centro de detención y tortura durante el último proceso militar) en Museo de la Memoria, y contestó refiriéndose a los trabajos de bacheo.
La genealogía del error personal es múltiple. Según el propio Molina, no escuchó la pregunta, y aunque esto haya sido cierto, era una confesión que jamás debió hacerse ante los medios. Según interpretaciones ajenas, no entendió, no supo de que le hablaban, sufre de una incipiente sordera, o el formateo de respuestas PRO le impide improvisar contestaciones. La verdad es que a estas alturas, cuando el incidente empieza a desandar el olvido, el error y la causa de la equivocación ya no importan, lo que si importan son las consecuencias.
La sacudida exhibió lo que muchos sospechábamos, en el terreno político, la gestión Molina tiene menos reacción que un barco. A excepción de algunos actores previsibles, nadie salió a bancar la parada. La señal no es buena, y fue claramente interpretada por el propio Molina, quien en una reunión de gabinete celebrada el lunes, que incluía al bloque de concejales, dijo que lo habían “dejado sólo”.
Lo que todavía no se plantea abiertamente, es que en ese abandono, también participaron los dirigentes nacionales del PRO, seguramente embelesados con la visita de Barak Obama, y los referentes provinciales de CAMBIEMOS, posiblemente aprovechando el fin de semana largo y comprando huevos de Pascua. Ninguno de todos ellos, que se desviven en elogios a la participación política de Martiniano y a sus esfuerzos por recuperar Quilmes, fueron capaces de levantar el teléfono para ordenarle piedad u omisión a los grandes medios amigos, cosa que habitualmente hacen. Habrá que preguntarse si los “amarillos” son insolidarios, o si nadie trabaja en acuerdos políticos y “roscas” sectoriales para fortalecer la posición de Molina.
Ahora el Intendente lo sabe, nadie lo va a ayudar si él no construye su propio auxilio. Y esto, fue un equívoco que despertó motivaciones políticas escondidas bajo razones morales. Pero qué va a pasar cuando las motivaciones, y aun peor, las necesidades políticas pongan el juego en un nivel más riesgoso. Martiniano ya sabe, después de esta experiencia, que la responsabilidad de cada acción de gobierno va a terminar en su figura. Desde la calle que no se limpia, hasta el nombramiento del pariente de un amigo que está sin trabajo; desde la omisión de la clausura de un emprendimiento irregular hasta la fragmentación de órdenes de compra; todo acto cuestionable de la gestión va pegarle a su propia línea de flotación, y con consecuencias mucho más complejas.
Y en todo esto, la oposición está al acecho. El acto de re-señalización del Pozo de Quilmes, es un ejemplo contundente. Buena parte de los dirigentes peronistas, del Frente para la Victoria, y otros grupos más pequeños que participaron, no se hablan desde hace meses. Es más, viven haciéndose zancadillas pensando en panoramas electorales futuros, pero todos se aunaron para recordarle a Molina que había caído en un pozo, y que si fuera por ellos, permanecería allí el tiempo de gestión que le resta. La excusa moral de la movilización cae por su propio peso, en doce años de gestión de gestión K, hicieron un solo acto, y lo único que se convirtió en museo fueron los proyectos.
La primera Semana Santa de Martiniano no fue buena, pero la experiencia puede ser reveladora. Ahora Molina sabe que “la buena onda”, “el cariño”, “el respeto”, y “el apoyo”, de “la gente”, y fundamentalmente de la clase política, dura mientras puedas esquivar el pozo.
Gracias por leer.
*Publicado en la edición N°794 de «El Suburbano».