(Por Christian Skrilec) El relato genérico del asunto es más o menos así: en un barrio periférico de la ciudad hay una pelea entre dos grupos, entre dos personas, o entre un sujeto y un grupo de personas. La disputa la pudo haber ocasionado una pelea territorial por la distribución y venta de drogas (paco, merca, mosca, faso, etcétera), una reyerta amorosa, o un accidente de tránsito. El origen puede tener características graves o fútiles, ser una tragedia que termina con la muerte, o un par de insultos que acaban en rencor. El final es sencillo, el afectado por el hecho, acompañado por vecinos, parientes y amigos, se dirige a la casa del supuesto (o comprobado) perpetrador de la ignominia, y la prende fuego.
Esa justicia con olor a venganza que se ejecuta en los barrios pobres de la ciudad, se lleva a término con el fuego. Es la regla de uso del castigo, quemar la vivienda y exiliar a los ocupantes, si es que corren lo bastante rápido como para escaparse de las llamas.
La última semana ocurrieron tres hechos de estas características. El primero de ellos fue el incendio de un colectivo de la línea 85, el vehículo había sido el protagonista de un accidente que le quitó la vida a un adolescente que cabalgaba en la costanera de Quilmes. El otro hecho es el principio de incendio de una vivienda en Bernal Oeste, uno de sus ocupantes había atropellado con su vehículo a un repartidor de pizza dejándolo con muerte cerebral. El último caso es de una vivienda del barrio La Matera, que fue casi totalmente consumida por el fuego luego que una disputa cuyo origen tiene versiones diversas, derivara en el anhelo incendiario.
Esta versión de justicia piromaníaca tiene una sola explicación posible: la ausencia del Estado. No es que estos barrios están lejos de los tribunales para dirimir sus diferencias o explicar sus tragedias, están lejos de todo. Lejos de la escuela, de la seguridad, de la salud, en síntesis, del bienestar. Esta distancia no se produjo esta semana o este mes, esta distancia entre una porción importante de la población se fue extendiendo a lo largo de las últimas décadas, y está llegando a un punto de no retorno.
Los bomberos son los testigos indeseados del accionar de esta nueva Ley del Talión ejecutada por encendedores BIC y una par de litros de nafta. Concurren al hecho y son rechazados. En los tres ejemplos de la semana pasada no la pasaron bien: piedrazos, golpes, empujones, amenazas a punta de arma blanca. Estas y otra variedad de métodos para ahuyentar a los que van a combatir al fuego, para que dejen, al fin de cuentas, que el fuego concluya con su trabajo.
Estas situaciones devienen en hechos interesantes. Por ejemplo, el Estado aparece, y lo hace en su forma más sencilla y elemental: reprimiendo. No hay atisbos ni señales de curar los males que originan la justicia por mano propia, que no es otra cosa que injusticia. El Estado solo atina a controlar, ordenar, despejar, y barrer las cenizas hasta el próximo incendio.
En el incendio de la casa del barrio La Matera, que comentamos anteriormente, hubo otro suceso. La víctimas del fuego, supuestos victimarios de un hecho anterior que derivo en la venganza, fueron hasta el destacamento de Bomberos a reclamar auxilio. La ausencia del socorro los indignó y atacaron al personal y las instalaciones. Falta poco para que un grupo de vecinos decida que la única forma de hacer justicia sea incendiar un cuartel, o quemar a un bombero.
Algo se quebró, un par de décadas atrás, hasta en los barrios más peligrosos y complicados de la ciudad, en aquellos donde la marginalidad era la forma de vida habitual, se respetaba a buena parte del Estado. No a la policía ni a otras fuerza de seguridad porque iban a reprimir, ni siquiera a los políticos porque sospechaban que los querían robar, pero si a los bomberos, los médicos, los maestros, los enfermeros. Hoy las escuelas son vandalizadas, las unidades sanitarias saqueadas, y los bomberos apedreados.
Quienes nos gobiernan tienen que saber, que hay peligro de incendio, y que tienen que vestirse de bomberos para evitar que se propague.
Gracias por leer.